Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

viernes, 30 de septiembre de 2011

DÍA 21: ZHANGHYZTÖBE - BARNAÚL (RUSIA)

12 de agosto de 2011




2 país: Kazajstán - Rusia (acumulados 16)


0 túneles (acumulados 138)


640 km (acumulados 12.235 km)






Hemos amanecido en el mismo lugar en el que nos acostamos...





Aunque algunos no lo crean, el pasaporte español es una buena carta de presentación. Desde que estuve seis semanas en Chipre el verano de 2004 he podido comprobar que en general caemos bien (exceptuando Francia, según mi experiencia). Serán los tópicos, ahora con la ayuda del fútbol (todos saben el nombre de Iniesta, Xavi, Barça, Messi, Ronaldo,...), además del diseño de las hojas del pasaporte, con animalitos; pero siempre despertamos una curiosidad simpática en las fronteras.


Por otro lado, si hasta ahora se daba la paradoja de que íbamos retrocediendo atrás en el tiempo conforme avanzábamos en nuestro viaje por medio planeta, hoy hemos vuelto a dar un gran salto hacia adelante, y aunque a miles de kilómetros de Europa, es casi como si hubiéramos vuelto a las inmediaciones de España en el espacio y el tiempo. La Madre Rusia nos ha recibido mejor de lo esperado.


Pero llegar ha sido duro. En primer lugar no he dormido bien porque anoche escuché ruidos fuera, y esta vez no eran escarabajos peloteros del desierto. Podrían haber sido paranoias producidas por haber escuchado pasos de algún animal entre los matorrales antes de ir a dormir.; o quizá sólo el viento, pero estuve en alerta gran parte de la noche. A saber qué extraños animales puede haber por esta zona, cerca de donde los soviéticos hicieron pruebas nucleares hace años. Además tenemos al lado una base aérea del ejército kazajo, e Irene respondió al mensaje que dejé anoche en facebook, que llevara cuidado con los ovnis... Hay quienes dicen que Astaná, la capital, la han ubicado en una zona especial para la comunicación con otros mundos, y que por tanto pueden pasar cosas extrañas por estas estepas. Pero nosotros ya tenemos bastante con llegar a Mongolia.


Tras el desayuno hemos vuelto a la carretera, con el pensamiento de llegar a Semey, la mayor ciudad al noreste del país, en un par de horas. El objetivo de hoy es llegar a Barnaúl.





Pero a los 25 kilómetros de comenzar la jornada nos hemos vuelto a encontrar con el infierno en forma de carretera en obras. Se trata de la carretera que une Kalbatau con Semey, en dirección noroeste. Era exactamente igual que los 80 km que sufrimos en el desierto del Kizylkul. Hemos cogido algunos baches de dolían mucho atravesando una estepa más bien áridas con asentamientos pobres y ciudades planeadas durante la época de la URSS que languidecen paradas en el tiempo.










Esta vez ha sido Nuria a quien le ha tocado sufrir la carretera hasta que en Semey ha dicho: “Que coja otro el volante”.


Hemos bordeado la antigua Semipalatinsk por avenidas que atraviesan suburbios compuestos por antiguos bloques grises abandonados y grandes instalaciones industriales obsoletas y polvorientas. Ésa era la impresión que transmitía la ciudad al sur del río Irtysh.












En la ribera norte, a la que hemos cruzado por un moderno puente colgante sobre grandes barcos mercantes, las avenidas tenían un aspecto más nuevo e impoluto. Aún así, y sabiendo que a menos de 150 km de aquí se hicieron pruebas nucleares durante muchos años, con los consiguientes efectos en la salud de sus habitantes, no es un sitio para quedarse a vivir. Además, las omnipresencia del presidente, el “bueno” de Nursultan Nazarbayev, en multitud de pancartas y carteles echan un poco para atrás.








Al dejar la ciudad atrás, las estepas ya no estaban y hemos avanzado entre colinas con bosques de coníferas, con la carretera, en buen estado, serpenteando hacia Rusia (poco más de una hora).


Llegando a la frontera, las colinas han dado paso a grandes campos de cereales separados por alineaciones de grandes árboles y bosquecillos dispersos.


Nuestra penúltima frontera ha sido la más fácil de cruzar después de dejar Europa (incluyendo la entrada a Turquía); y aquí ya conocen el tema del Rally Mongol. No había mucha gente aunque nos ha tocado hacer algo de cola en el control previo a la aduana kazaja. Una vez dentro, un pequeño trámite burocrático, enseñar la ropa tendida dentro de la ambulancia al mismo tiempo que pedimos perdón a los guardias por el desorden, y “venga, tirad para Rusia, gracias por su visita”.


Para entrar a Rusia, lo mismo, primero un controlillo de pasaportes para que nos abran la barrera y al aparcamiento. En el pequeño edificio de la aduana un par de funcionarias altas, guapas y simpáticas se han entretenido un rato curioseando las hojas de nuestros pasaportes preguntando por los nombres de los animales que están dibujados en sus hojas.


El guardia que debía controlar el interior del coche, apenas se ha tomado muchas molestias. Nos ha hecho abrir el motor por cumplir el guión y poco más.


La carretera rusa estaba en perfecto estado, invitando a correr, pero no hemos visto indicaciones de velocidad por ningún sitio, así que mejor no arriesgarse. Tampoco sabíamos si era zona urbana o no, porque a uno de los lados de la carretera había una hilera de casitas y al otro la vía del tren y campos de cultivo.


Se respiraba un aire tranquilo, con rusos en los jardines de sus casas limpiando su Lada al sol del mediodía.


A los pocos minutos hemos llegado a Rubtsovsk. Las afueras, como todas las ciudades industriales soviéticas: instalaciones industriales abandonadas, nudos ferroviarios con trenes desvencijándose y algún bloque feo; pero el centro de la ciudad era otra cosa. En cierto modo parecido a Taldykorgan por la tipología de las avenidas, aunque los edificios eran en muchos casos de finales del s. XIX y comienzos del XX, pidiendo una buena lavada de cara. También nos hemos encontrado con alguna estatua de Lenin.


Hello Lenin




Tras dar un par de vueltas preguntando por una casa de cambio, nos hemos encontrado con un cajero automático donde podíamos cambiar euros o dólares a rublos: perfecto.






Después hemos buscado dónde comer: en un puesto de comida rápida, con tortitas y alguna otra especialidad rusa. En la tienda de al lado hemos comprado cervezas y hemos buscado la salida de la ciudad hacia el norte: nos quedaban unos 400 km y pico hasta Barnaúl, y del “pequeño” tramo que atravesamos de Rusia (1.000 km sólo) no traemos mapa de carreteras.


El firme de la carretera, las barreras de protección, la señalización de los cruces,... Todo estaba en buen estado, como si nos encontráramos en mitad de Europa, incluso el paisaje que durante tres siglos han ido moldeando los campesinos rusos es exactamente igual a los campos de cereales del este de Europa. La única pega es que es de un sólo carril por sentido y no hay forma de saber el límite de velocidad porque no hay señales, por lo que he seguido la filosofía de seguir a un nativo en su Lada que se movía a buen ritmo, por encima de los 100 km/h. Y el tipo se conocía bastante bien la carretera, porque en un cambio de rasante ha disminuido la velocidad y afectivamente al otro lado estaban los polis.

El resto del camino, a 100 km/h lo hemos hecho sin problemas, adelantando y siendo adelantados por otros conductores en una ruta que cada vez estaba más transitada. Incluso hemos adelantado a auna ambulancia inglesa del Rally Mongol.








Durante el camino también hemos intercambiado varios mensajes con los Chispa de la Vida: nos llevaban 50 km de ventaja para llegar a Barnaúl (ellos desde el oeste, nosotros desde el sur). Nos han dicho que iban en caravana con otros equipos y que tenían pensado acampar unos 30 km después de atravesar la ciudad. Como aún nos quedaban 200 km y el sol seguía cayendo, decidimos que hoy buscaríamos un hotel en una gran ciudad: quizá el último antes de llegar a Ulán Bator.


Y triunfamos con el hotel de Barnaúl: El Tourist en la avenida de entrada sur de la ciudad, las tres últimas plantas de una torre de apartamentos y oficinas. Dos habitaciones con hidromasaje, limpias, cuidadas (decoración temática algo hortera pero sin pasarse) por 50 € el total.




A Nuria le ha tocado la habitación Pirata.




Antes de ducharnos y cenar, bajamos al supermercado que hay abajo y compramos víveres para la última semana de viaje, y un pollo asado para cenar.



Atención a la decoración del techo sobre la cama de Nuria.


Pau no pudo dar cuenta del pollo porque andaba algo suelto.





El súper está bien surtido y tiene buen aspecto, aunque el vino más barato que hay es un murciano de marca “Los dos”, a 3 € el cartón... No lo compramos.




Vino de El Espinardo




Hoy dormiremos bien, a 14 plantas de altura con la ciudad a nuestros pies.


lunes, 26 de septiembre de 2011

DÍA 20: TALDYKORGAN - ZHENGHYZTÖBE

11 de agosto de 2011

1 país: Kazajstán (acumulados 15)

0 túneles (acumulados 138)

682 km (acumulados 11.595 km)




Seguimos haciendo jornadas maratonianas por Kazajstán aprovechando que en este país puedes recorrer cientos de kilómetros sin encontrar una travesía en la que haya tráfico, semáforos o paisanos en carreta.

Un día sin muchas novedades a excepción que a la tercera ha ido la vencida y hemos tenido que echar mano de las jerrycans de gasoil porque nos quedábamos secos.

Al levantarnos esta mañana llovía en Taldykorgan y Pau andaba algo flojo, por lo que no ha desayunado más que té. En el gran salón del hotel (con todo el aspecto de ser el lugar deseado por las parejas más pudientes de la ciudad para celebrar su convite de bodas) había un grupo de señores mayores con traje y corbata a excepción de uno que iba más relajado con gorrita de capitán de yate, y al que todos han hecho la pelota levantándose en cuanto él ha hecho de ademán de que ya había terminado de cenar y se iba. Sabemos quién manda en el grupo. Tenían pinta de antiguos capitostes del Partido y ahora respetables potentados locales.

A la salida de Taldykorgan, y siguiendo el consejo de uno de los polis que nos querían estafar nada más entrar al país, hemos seguido la ruta este, la tomada por otros equipos otros años, en lugar de seguir la más directa por el oeste hacia Lepsy y el lago Baljash (la que yo tenía dibujada en Google Earth). Según el mapa de carreteras, este camino está en mejor estado aunque son 110 km más de recorrido, pero mejor no arriesgarse porque la ruta por el lago Baljash no estaba del todo clara según las imágenes del Google Earth. Así que poco después de Taldykorgan hemos avanzado hacia el este, hacia China, de la que hemos llegado a estar a 50 km en línea recta.

Pau duerme, Nuria conduce y me da conversación mientras atravesamos tierras a veces llanas y otras onduladas. En un pueblo en el que paramos brevemente para que ella vaya al baño (épicamente sucio) aprovecha para dar unos caramelos a unos niños de aspecto sucio, ante la complaciente mirada del padre que tiene el viejo Audi aparcado en la puerta de la tienda. A la salida del mismo, la Policía nos para en un control, pero con las mismas nos dicen que continuemos. Ya van un par.



Y así seguimos hasta que poco antes de comer nos vamos acercando a las llanuras interminables que rodean al lago Alakol, una extensión fantasmal con marismas y tierras resecas en la que la carretera está jalonada cada par de kilómetros por agricultores vendiendo sandías o pescadores vendiendo pescado.

A pesar del aspecto desolador que tiene esta zona, es extraño comprobar que vive gente y se acerca a la carretera a vender sus productos; e incluso nos encontramos con un tipo que conduce un Mitshubishi Pajero con una moto de agua en un remolque. No parece que el lago dé para tanto.

Lo que no hay es gasoil en la primera estación de servicio que encontramos al llegar al último cuarto del depósito.


Pasarán más de 100 km en esas condiciones, hasta que paramos a comer en mitad de la nada. Hoy lentejas de bote bajo una de las pocas sombras que encontramos y entre boñigas de vaca.


Recibimos mensajes de algunos compañeros: los Xino Xano siguen el Nukus hasta el lunes que viene, los Estepa Kide andan por Samarcanda, los Chispa de la Vida están en Omks, Rusia (quizá coincidamos en Barnaúl) y los Blinkacepas están llegando ya a Tashanta (la frontera con Mongolia).




Y nosotros en mitad de la estepa


Después de comer, y ya en la reserva encontramos otra estación de servicio en la que tampoco hay gasoil. Estamos a 400 km de Semey (la única ciudad importante antes de salir del país) y tenemos los dos bidoncillos de combustible que nos pueden valer para poco más de 200 km. No tenemos casi dinero local, ni agua, ni seguridad de que en Ayagoz, siguiente pueblo en nuestra ruta, podamos encontrar gasoil (recuerdo que en las imágenes del Google Earth esa ciudad tenía aspecto de campamento en mitad de la estepa).

A mitad de la reserva (y a 20 km de Ayagoz) paramos a vaciar los 20 l de los bidones en el depósito de la ambulancia. Con eso tenemos para acercarnos lo más posible a Semey. Seguro que antes habrá alguna gasolinera donde tengan gasoil y nos acepten dólares o euros.

Al entrar a Ayagoz vemos que parece más importante de lo que pensaba, por lo que vamos atentos a ver si nos encontramos con alguna tienda o casa de cambio donde podamos obtener dinero local, pero vemos antes una gasolinera. El tipo que estaba en la caja nos ha visto las camisetas y nos ha identificado como participantes del Rally Mongol. Y hemos podido llenar el depósito con dólares. Con esto llegamos a Barnaúl una gran ciudad de Rusia donde deberíamos llegar mañana.

Eran las cinco de la tarde, y en el par de horas que nos quedaban de luz hemos tenido tiempo de llegar hasta un sitio llamado Zhenghytzöbe. Por el camino hemos visto bastante ganado, y pastores que a última hora iban en caballo a recoger sus vacas. Andábamos pensándonos donde quedarnos, en un sitio en el que pudiéramos alejarnos de la carretera por algún camino y que no pareciera muy transitado por vacas hasta que hemos encontrado una zona que parecía tranquila en la variante de Zhenghyztöbe (sí, un pueblecillo con variante, con cruce a distinto nivel sobre el ferrocarril (un lujo raro por estas latitudes), y una zona llana junto a la carretera en la que había hileras de árboles bajos en paralelo a ésta. Un buen sitio, al refugio de los árboles y ocultos de la carretera y de los túmulos o montículos extraños (militares) que se veían en sentido opuesto.



Cuando la sombra de Merceditas empieza a alargar, es síntoma de que tenemos que empezar a pensar en buscar un sitio donde dormir




Panorama de nuestro sitio de acampada

Por los restos que había en el suelo, hemos deducido que se trata de un lugar donde van los lugareños a emborracharse o a tener momentos lúdicos en pareja (incluso he descubierto una botella de vodka marca Tamerlán).


Conforme ha ido oscureciendo, y mientras nos aseábamos y lavábamos nuestra ropa, hemos visto que las instalaciones militares que había al sur, no son antiguos refugios abandonados, porque están claramente iluminados. Esperemos que nadie venga esta noche a ver qué hacen unos forasteros acampando por aquí.

Por la mañana hacía fresquillo con la lluvia. Calor a la hora de comer, y otra vez abrigarse

Hemos cenado pasta con pisto turkmeno, y tras escuchar unos pasos de algún animal entre los árboles, nos vamos a dormir.

jueves, 22 de septiembre de 2011

DÍA 19: MERKE - TALDYKORGAN

10 de agosto de 2011

1 país: Kazajstán (acumulados 15)

0 túneles (acumulados 138)

696 km (acumulados 10.913 km)



Kazajstán es un país muy largo para atravesar. Hoy hemos hecho la jornada más larga fuera de la Unión Europea (y la tercera mayor del viaje hasta ahora), pero aún nos quedarán un par de jornadas para llegar a Rusia.

Estepas, llanuras interminables con montañas gigantescas y nevadas en el horizonte, jinetes pastoreando a caballo, zonas con colinas suaves, muchos Audis de segunda mano de los años noventa y autobuses que terminaron su vida legal en Europa y los usan aquí para el transporte interurbano, cubriendo las distancias interminables entre sus ciudades.

Lo curioso de los autobuses es que no los repintan ni los vuelven a rotular. A excepción de los furgones Mercedes como el nuestro haciendo el papel de minubuses entre Talas y Shymkent o Talas y Almaty (me tranquiliza saber que nuestro coche es el preferido para transportar a mucha gente por estas carreteras y a gran velocidad: al menos sabemos que habrán mecánicos y repuestos por si tenemos alguna avería); el resto de autobuses interurbanos llevan aún los nombres de las compañías italianas, alemanas, francesas o españolas para las que sirvieron en Europa.

Me tenía un poco mosca ver autobuses franceses por aquí, hasta que nos hemos encontrado con un Alsa en sentido contrario que llevaba matrícula kazaja.

Hoy el día ha transcurrido como el de ayer, carretera y manta.

Esta mañana, cuando nos preparábamos para irnos han aparecido quemando neumático los amigotes del vigilante de seguridad de la gasolinera destartalada donde hemos dormido. Seguramente éste les avisaría para que vinieran a ver a los guiris en ambulancia que iban hacia Mongolia.




Hotel, dulce hotel

Les hemos dado unos caramelos y nos hemos ido. Pero no hemos llegado muy lejos. Después de la primera curva nos estaba esperando la Policía con el radar. Nos han hecho una foto muy bonita a 73 km/h. La velocidad límite, debido a las obras, era de 50 km/h.

El poli, muy amablemente, nos ha enseñado la foto y me ha explicado, con la tabla de sanciones en la mano lo que debíamos pagar (al cambio unos 12 €). Nosotros le hemos dicho que no había señal, que no estábamos en zona urbana y que el límite no era 50. Entonces el agente, sin perder su amabilidad nos ha dibujado la señal de obras y de límite de velocidad y nos ha indicado que estaba 1 km antes. Tras un tira y afloja en el que ha insistido en que un paisano que estaba allí me llevara a ver la señal, le hemos admitido que sí, que la señal estaría allí pero que nosotros no la hemos visto. No sabíamos si aquí es aplicable eso del “desconocimiento de la Ley no exime de su cumplimiento”... Había que probar

Al final, Nuria ha cogido al poli y se lo ha llevado hacia la ambulancia. Le ha explicado que no teníamos dinero, que su dinero iba en el botiquín y el equipo médico que llevábamos a los niños de Mongolia (con demostración por mímica de cómo se pincha en el culo) y el amigo se ha dado por vencido. Ha sonreído y nos ha dejado continuar.

Dos o tres kilómetros después hemos vuelto a descubrir, igual que dos días atrás buscando la salida de Uzbekistán, que la desmembración de la Unión Soviética y la aparición de nuevas fronteras, ha alargado las distancias. No pasar por Bishkek, la capital de Kirguizistán no es 20 km más largo, sino 100. La carretera que pretendíamos seguir bordea la frontera pero parece que en un par de puntos se mete en territorio kirguizo, así que las indicaciones hacia Almaty nos desvían más al norte para evitar ese enclave. Perfecto.

Así que más carretera en la que la Policía nos ha vuelto a parar dos veces, una a la entrada de la ciudad de Shu para afearme que les grabara con la cámara de vídeo (qué culpa tenía yo de que estuvieran en mi plano...); la otra en Qoqqaynar para dejarnos continuar sin bajarnos del coche ni nada en cuanto hemos dicho “no” al “Speak English?” del poli (“¿para qué perder el tiempo?” habrá pensado el amigo).

Los paisajes son alucinantes, profundos. Vemos acercarse alguna tormenta que atravesamos entre el agua que levantan los autobuses y los camiones desvencijados (cangrejeo se llama el descuadre entre eje delantero y trasero) debido a la tralla que les dan por estas carreteras.

En Korday, el sitio por donde habríamos entrado de nuevo a Kazajstán si hubiéramos pasado por la capital kirguiza, la carretera ha mejorado. Estábamos a 200 km de Almaty y hemos pensado que quizá podríamos llegar a comer. Finalmente, y a pesar de que cada vez la carretera estaba en mejores condiciones, sobre todo al entrar en la provincia de Almaty, ya con dos carriles por sentido, nos hemos quedado a comer a 40 km de la ciudad.

Hemos parado en una gasolinera que tenía grifo y nos hemos hecho allí los espaguetis pasta con tomate.

Luego en Almaty hemos perdido una hora con el tráfico caótico de la ciudad y la escasez de indicaciones. Nos hemos pasado del cruce en el que había que hacer el giro a la izquierda y hemos seguido avanzando por una de las principales avenidas de la ciudad.

Almaty era la antigua capital de Kazajstán y tiene más de un millón de habitantes, pero no tiene circunvalación, así que hay que, o te pierdes buscando un camino alternativo por las carreteras de su periferia, o te metes casi en el centro de ella. Es la típica ciudad de urbanismo soviético: grandes bloques dispersos a las afueras y amplias avenidas con mucho espacio entre la zona de circulación de tráfico y los edificios. Si está bien mantenido, no es mala idea. Lo malo es cuando todos esos espacios abiertos han sido tomados por la maleza y la basura, y los edificios están que se caen a pedazos, que e slo que hemos visto en Uzbekistán. Almaty, al igual que Shymkent, parece un poco más cuidada, además de que tras la caída de la Unión Soviética habrán habido muchos cambios por aquí. Hay también bastante población de origen ruso.

La salida se ha hecho eterna porque la calle que se continuaba en la carretera hacia el norte atraviesa entre un montón de mercados y bazares donde estaba todo el mundo haciendo la compra. El atasco era monumental en los dos sentidos, y aunque sólo nos quedaban 250 km a Taldykorgan, la principal ciudad antes de meternos en zona demográficamente desértica, seguramente se nos haría de noche.



Entrada a uno de los múltiples bazares en la salida norte de Almaty

Puestos callejeros en la orilla de la carretera junto a los mercados

Y así ha sido, poco después del inmenso embalse de Kapchagay (para venir en verano a alguna de las villas que han construido a su alrededor) la carretera ha dejado de ser tipo autovía (de las de aquí, con cruces a nivel), y hemos tenido que ir un poco más despacio. Aún así, el firme estaba en bastante buen estado, y salvo un par de puertecillos sin mucha importancia, el trazado era fácil.


Un consejo, siempre que vayas por una carretera que no conozcas y se te vaya a hacer de noche, o no corras, o ponte detrás de un local que se sepa el camino y vaya marcándote la trazada. He hecho lo segundo, y durante unos 80 km he seguido a otro furgón que iba a la velocidad legal límite, con lo que, aunque ya estaba oscuro, no hemos llegado muy tarde a Kazajstán (el problema está en que no aplican el horario de verano y a las 8 ya está oscuro).

Uno de los pocos momentos en los que hemos circulado hacia el oeste

En la entrada a Taldykorgan (llena de neones de colores por todas partes, pero que nadie se equivoque, no era porque abundaran “esa” clase de locales) hemos parado en un restaurante donde habían bastantes autobuses en la puerta (uno de ellos de una empresa de transporte de Almería, aún tenía el teléfono) para preguntar por un hotel.

Ha salido el listo del lugar, el que se suponía hablaba inglés, para explicarnos cómo llegar al hotel. Primero nos quería enviar en sentido contrario, unos cuantos pueblos antes de llegar a la ciudad, y después nos ha hecho un croquis... Vamos, para llegar a Ulán Bator con esas indicaciones.

Guía Michelín de Taldykorgan.

Hemos intentado seguirlas pero no encontrábamos el hotel. Así que hemos llegado a preguntar hasta cuatro veces, recorriendo más de 10 km ciudad arriba ciudad abajo buscando el hotel que todo el mundo nos decía estaba “priamo priamo” pero en direcciones diferentes. Al final unos chavales se han apiadado de nosotros y han pedido a un taxista que nos llevara hasta un hotel. Pau y Nuria se han subido al taxi y yo les he seguido hasta un 4 estrellas. Pensábamos que nos la iban a colar pero nos ha salido a 40 $ la habitación doble (menos de 30 € un 4 estrellas -que en España serían 3-, no está mal después de acampar dos noches seguidas en pésimas condiciones).

Hemos cenado algo en la calle principal: ensalada, carne y sopa y nos hemos vuelto a ducharnos y a dormir.

Pero... ¡No había agua caliente! Nuria y yo hemos bajado a la recepción a preguntar: toda la ciudad sin agua caliente...

Al menos dormimos en una cama limpia sin necesidad de poner encima de la cubierta nuestro saco, ni hay que mirar con asco el retrete (que esta vez sí es una taza en condiciones).

martes, 20 de septiembre de 2011

DÍA 18: FRONTERA KAZAJA - MERKE

9 de agosto de 2011

1 país: Kazajstán (acumulados 15)

0 túneles (acumulados 138)

546 km (acumulados 10.217 km)


Es mal asunto que la primera impresión que te lleves de un país sea la entrada por su frontera, porque generalmente éstas suelen ser peores de lo que viene a continuación. Salvo con Bulgaria, donde las impresiones pobres fueron generalizadas en todo el trayecto, esto de empezar con peor pie de lo que realmente nos encontraríamos luego ha sido general.

Anoche los guardias kazajos y su prelación hacia los regalos convirtieron lo que era un trámite sencillo sin excesivo papeleo en el clásico tira y afloja y derroche de simpatía hacia los que te quieren sacar todo lo que puedan. En eso se están convirtiendo los encuentros con la autoridad.

Esta mañana hemos amanecido con el mugido de las vacas que salían de los corrales del pueblecillo que hay en la frontera para dedicarse a su ocupación diaria de pastar. Vacas, cabras, una burra y su borriquillo, un paisano que nos ofrecía moneda kazaja a cambio de dólares o euros y unos chavales de etnia uzbeka que han venido a curiosear.

Pau se despertó con las vacas y se fue a dormir a la parte delantera, Nuria no se ha enterado de nada (aunque dice que durante toda la noche ha estado escuchando los camiones que pasaban de vez en cuando, con temor de que fueran a estrellarse contra la ambulancia) y yo terminé por recoger la tienda y quedarme sentado al fresco. En ese rato que he estado allí, vi pasar a dos de los guardias de anoche: el “gordo cabrón” de la entrada con uno de nuestros chubasqueros y el que salió desde el control de pasaportes a ver si conseguía una camiseta.

Cuando Pau se ha despertado hemos desayunado unas galletas y hemos comenzado nuestra andadura por Kazajstán. Y a unos pocos kilómetros nos hemos encontrado el primer control policial, en el que por supuesto nos han ordenado que nos detuviéramos. Como no sabíamos los límites de velocidad, no iba muy rápido, a menos de 80 km/h por una carretera convencional, así que tampoco teníamos mucho de lo que preocuparnos. Sólo que en el seguro figura Pau como único conductor pero iba yo al volante. Así que en cuanto hemos parado, y mientras los polis estaban ocupados con otros coches, nos hemos cambiado de posición.

El cambio de posición ya los ha mareado un poco, y como además teníamos comprobado de anoche que hacerse el tonto con el tema del mapa de carreteras sirve para desviar la atención, yo bajé con el mapa en la mano en cuanto nos pidieron que bajáramos, saludando animosamente a los agentes. Uno de ellos le llegó a decir a Pau que teníamos que pagar unos 10.000 tengues (algo así como 50 €) porque alguno de nosotros no llevábamos el cinturón de seguridad (era tan evidente la excusa) que tampoco han insistido mucho y Pau consiguió desviar la conversación hacia el fútbol y el Barça. Yo, con el otro he estado todo el rato haciendo oídos sordos a su insinuación de dinero y le he desplegado el mapa de Kazajastán en las narices para preguntarle por el mejor camino para subir desde Almaty hacia la frontera rusa. El tema mapa le ha maravillado y tras decirme cuál era la ruta buena (no la que yo tenía planeada sino la que nos dijeron los Sambori que habían hecho el año pasado); nos han estrechado las manos y nos han dejado seguir.

Nuria ni se ha enterado.

Tras un buen atasco en las inmediaciones de Tashkent (la capital uzbeka, al otro lado de la frontera, y que hemos rodeado a escasos 15 km) nos hemos incorporado a la autopista que une esta capital con la antigua capital de Kazajstán: Almaty. La cosa empezaba a tener buena pinta hasta que la carretera ha empeorado notablemente: el ligante asfáltico estaba prácticamente desaparecido de forma que la superficie de rodadura era irregular y muy bacheada. Ha sido muy incómodo circular a más de 80 km/h con la ambulancia, aunque los nativos le pisaban bastante más.

Unos 30 km antes de Shymkent, la primera ciudad importante, hemos parado junto a unos retretes en la carretera. Hemos preferido no usarlos. Sin embargo los conductores que han parado el rato que hemos estado allí (tanto hombres como mujeres) los usaban demostrando que tienen muy alto el umbral de la náusea.

Luego nos hemos metido en Shymkent para buscar un sitio donde cambiar dinero. Se veía una ciudad bastante animada, la tercera mayor del país, con bastante población rusa, y también mezcla racial, lo que la hace bastante atractiva…

Las concurridas calles de Shymkent

Hemos cambiado dinero y comprado unos pasteles de carne para almorzar algo y a continuación nos hemos perdido sin saber por dónde salir de la ciudad. Tras varias vueltas y preguntar a unos y otros, por fin en una gasolinera un camionero joven nos ha indicado el camino (el más largo posible, por cierto) y hemos podido encontrar de nuevo la carretera hacia Almaty 18 km más allá. Ya no era autopista, sino carretera convencional y con bastante tráfico, lo que nos ha ralentizado la marcha. Aún así, el paisaje de amplios campos verdes y cultivados entre montañas altísimas (casi 4.000 m) y nevadas merecía la pena se contemplado con calma. A pesar de parecer una región más bien rica y urbanizada asimilable a cualquier región semiurbana de Europa, aquí ya hemos comenzado a ver jinetes pastoreando.



Al otro lado de las montaña está Kirguizistán, y el enclave del valle de Fergana en Uzbekistán

Además, en esta zona hemos empezado a encontrarnos con obras de desdoblamiento de la carretera (esto del rally mongol estará chupado dentro de unos pocos años…).






El resto de la tarde ha transcurrido con pocas novedades, siguiendo la Ruta de la Seda: un par de paradas. La primera en la circunvalación de Taraz (donde los chinos llegaron a enfrentarse con el califatos abasí de Bagdag hace 1.260 años -la Ruta de la Seda lleva muchos siglos siendo el motivo de choque entre grandes imperios-) para coger agua de un río (la que traíamos del hotel de Bujara salía turbia del grifo, aunque no lo vimos hasta que llenamos las garrafas) y en otro pueblecillo a comprar agua para beber y algunas cosas para picotear.

No son olas, sino roderas en el asfalto, en el pueblo donde hemos parado a comprar unos helados

Desde la hora de comer han sido unos 240 km hacia el este hasta que se ha puesto el sol, avanzando por una carretera en obras, con tramos ya terminados por los que se podía avanzar a más de 100 km/h y otros en los que era complicado mantener los 40. El destino final era Merke, donde el trayecto gira hacia el norte para rodear el territorio kirguizo en el que se encuentra su capital, Bishkek. La idea original era hacer el recorrido recto para visitar esa ciudad y añadir un país más a la lista. Pero pagar un visado más y atravesar dos fronteras extra para ahorrar unos 20 km no era muy razonable.

A la entrada de Merke había una especie de restaurante, en el que la bebida te la coges tú de las neveras y la comida la pides. Hemos comido aconsejados por la camarera, una muchacha joven a la que le daba la risa y que no entendía nada de lo que le decíamos, y luego hemos avanzado unos 4 km buscando un sitio donde dormir. Era de noche y no se veía absolutamente nada, así que en cuanto hemos visto una especie de tienda a la orilla de la carretera junto a una gasolinera cerrada. En la tienda había una niña a la que le hemos preguntado con gestos si podíamos acampar y dormir allí y nos ha señalado el espacio entre la casa y la gasolinera. Y en la gasolinera, cuando estábamos sacando la tienda, ha aparecido un tipo que estaba dentro de la garita y nos ha dicho que nos pusiéramos debajo de la marquesina y no nos quedáramos al raso.

Y aquí es donde hemos tenido uno de los momentos tensos del viaje: el tipo le ha enseñado a Pau una pistola de descargas eléctricas y le ha dicho que era el vigilante. Pero le ha dado mal rollo, y sobre todo a Nuria. No se fiaban de que el amigo de la pistola no fuera a atracarnos por la noche y a robarnos todo o incluso dejarnos allí tieso.

Yo he insistido en que era el mejor lugar para acampar, y que al igual que en Irán con Elyar, nos podíamos fiar del tipo que nos hemos encontrado allí: cualquiera no va a tener un arma de éstas en Kazajstán y además va a ir enseñándola. Si fuera un delincuente no se habría delatado.

Aún así, ha preferido no dormir sola en la ambulancia; esta noche me toca a mí probar la camilla, que aún no lo he hecho en estas casi tres semanas.

lunes, 19 de septiembre de 2011

DÍA 17: BUJARA - KAGA TERE (FRONTERA KAZAJA)

8 de agosto de 2011

2 países: Uzbekistán - Kazajstán (acumulados 15)

0 túneles (acumulados 138)

568 km (acumulados 9.671 km)


Este viaje tiene un inconveniente: que son “sólo” cuatro semanas y vamos con prisas. Ése fue el motivo de que nos perdiéramos el antiguo puerto pesquero de Moynak, hoy en mitad de un erial desértico (un motivo más para volver a estas tierras) y de que hoy no hayamos disfrutado de Samarcanda como se merece.

Pero luego hablo de Samarcanda.

Esta mañana hemos desayunado en la ambulancia mientras esperábamos en la puerta del hotel a que llegara al hotel un cambista que nos cogiera la moneda turkmena que aún llevábamos encima.

En la salida de Bujara nos ha parado, porque sí, la policía, que en cuanto les hemos dicho “hola” nos han dejado continuar. Una parada aleatoria.


Y a continuación, camino de Samarcanda, hemos tenido la segunda crisis de combustible del viaje. A pesar del bastante tráfico que había entre estas dos importantes ciudades de Uzbekistán, incluyendo camiones y otros vehículos grandes, no había forma de encontrar gasoil por ninguna parte. Las gasolineras, o estaban cerradas o sólo tenían gasolina, y en cada sitio nos daban una distancia diferente al próximo punto donde podríamos repostar. Los kilómetros pasaban y el gasoil no aparecía por ningún sitio, así que estábamos a punto de darnos por vencidos cuando en una estación de servicio que parecía cerrada, un poli nos ha indicado que el gasoil se echaba desde el surtidor que había fuera del recinto de la gasolinera. Nos ha costado entenderlo porque el surtidor no tenía pinta de tal, y como nos señalaban la carretera y decían ulitza (calle o carretera en las lenguas eslavas como el ruso), pensábamos que nos decían que siguiéramos o que era al otro lado, es decir, cambiando de sentido.

Al final hemos salido del paso sin necesidad de recurrir a las garrafas de gasoil y hemos podido seguir camino de Samarcanda por tierras eminentemente agrícolas (en las cercanías de las ciudades más grandes se veía algo de industria) y mecanizadas que Irán. Hemos visto bastantes vacas a la orilla de la carretera (dos carriles por sentido en casi todo el trayecto, aunque con mal estado del firme), pero no mucho pastoreo. Las vacas solían estar a la entrada de casas de agricultores, así que tiene la pinta de que pertenecen, no a explotaciones sino casi a agricultura de subsistencia.

Y nos ha parado otro policía, que no sabíamos si nos quería multar o qué. Finalmente, muy amablemente y en un inglés aceptable, nos ha explicado que el límite de velocidad en esa zona era 70 y nos ha dicho que continuáramos.

Hemos llegado a Samarcanda a mediodía, hacía calor y estaba todo cerrado o cerrando. Tras buscar un sitio donde aparcar en las inmediaciones de la zona de los complejos monumentales hemos ido en busca del Registán.


La pena de Pau por no poder entrar al Registán

Hemos cometido el error de llegar a esta ciudad con muy poco (casi nada) dinero local, así que ni hemos entrado a la mezquita Bibi Khanum (que es la que nos recomendaron anoche que visitáramos), ni hemos podido admirar desde dentro el Registán porque además la explanada central estaba ocupada por un graderío debido a un festival de música o algo parecido.

Además, las urgencias nos han impedido plantearnos siquiera quedarnos en la ciudad para intentar descubrir la avenida de Clavijo, visitar la tumba de Tamerlán... Tan solo nos ha dado para tomarnos una Coca cola para los tres en un kiosco junto al Registán, cambiar 10 $ por si nos hiciera falta en lo que quedaba del día y comprar algo de pan antes de volver a la ambulancia (al menos en la entrada a la ciudad hemos visto el cartel de Motrit, que imagino será el Madrid que fundó Tamerlán en honor a Clavijo, que era madrileño).


Contemplando el Registán

Es una espina que a mí me impulsa a volver de nuevo algún día a este país y disfrutar mejor de Samarcanda, Bujara, ir a Khiva (que no la hemos visto) y hacer la visita a Moynaq.

A la salida de la ciudad hemos buscado un sitio tranquilo junto a la carretera y nos hemos calentado unas albóndigas de lata, además de comernos uno de los botes de pisto que compramos en Turkmenistán.


El resto de la tarde ha sido una carrera contra el sol hacia la frontera con Kazajstán. La intención: cruzar a última hora y evitar así las posibles colas de primera hora de la mañana.


Puestos de fruta a la orilla de la carretera en la provincia de Samarcanda



Íbamos más o menos bien hasta que el caos que supuso el que las carreteras soviéticas tuvieran trazados rectos atravesando intermitentemente territorios de diferentes repúblicas nos haya perdido. Tan solo había que seguir la carretera hacia Tashkent, la capital, y antes de ella encontraríamos, en Cinoz, un desvío a la frontera. Pero como la antigua carretera hacía una línea recta atravesando un trozo de Kazajstán que se mete en pico en territorio uzbeko, había que seguir un desvío. Como es habitual en este país. Las indicaciones son pocas, se ha hecho de noche y todo el mundo decía “priamo, priamo”. Resultado, eran las nueve, oscurísimo, en una carretera en un estado lamentable y perdidos.

Además, cuando por fin hemos visto una indicación hacia Cinoz, de la emoción nos hemos saltado un Stop (íbamos muy despacio porque tampoco veíamos dónde había que hacer el giro a la izquierda). Y se trataba de un Stop de control donde había un policía en su garita.

Nos ha hecho parar, y aquí ha comenzado el show de sacar el plano de carreteras preguntar todo el rato por Cinoz, por Kazajstán, por Shemey, Almaty hasta que el tipo, que quería su pellizco sí o sí, ha visto que el tema le sobrepasada porque le estaban pasando coches saltándose el Stop, y nosotros allí liando. Así que con toda la pena de su corazón y su cartera, me ha dicho que siguiéramos rectos, y que más adelante tendríamos un cambio de sentido para volver a la carretera de Cinoz, que teníamos enfrente de nosotros pero al otro lado de la mediana (barrera New Jersey de hormigón).

Según el policía eran 20 km, pero no sabemos hasta dónde, porque hemos recorrido una distancia bastante mayor por una carreterilla rural llena de baches sin saber a ciencia cierta si estábamos en el camino correcto. Hasta que por fin hemos llegado de nuevo a la “autovía”, junto a un control. Allí nos han indicado el camino a la frontera y casi de milagro hemos podido seguir las indicaciones, porque el reflectante de las señales dela carretera se perdió en algún momento del siglo pasado (si es que lo llegaron a tener).

Tras atravesar el típico pueblo fronterizo con multitud de tiendas a la orilla de la carretera y camiones aparcados a la espera de que les dejen pasar a primera hora del día siguiente, hemos llegado a lo que pensábamos que era la salida de Uzbekistán.

Unos guardias nos han rellenado unos papeles, han mirado nuestros pasaportes, hemos intercambiado los típicos: Spain, Barça, fútbol, Real Madrid; y nos han abierto la verja. Al otro lado del río había otra verja que pensábamos era la entrada a Kazajstán. Unos guardias nos han abierto, han hecho alguna broma y nos han indicado que siguiéramos hasta los edificios de la aduana que había más adelante.

Ha sido cuando nos han pedido la declaración de entrada a Uzbekistán cuando nos hemos dado cuenta de que aún no habíamos salido: demasiado fácil.

Tras dar un par de vueltas para que un soldado joven nos ayudara a rellenar todo, nos ha tocado esperar. A una familia que estaba delante de nosotros les estaban registrando todo lo que llevaban en el coche; así que temíamos que nos podía pasar lo mismo que a la entrada.

Pero los guardias que han venido a curiosear en la ambulancia nos han contado que los de delante eran rusos, y que venían de Kirguizistán, que por ahí hay opio y claro, tenían que registrarlo. Así que esa aclaración y el buen rollete que hemos tenido con los guardias (incluso hemos sacado las sillas para esperar sentados y le hemos invitado a que las probaran) nos han relajado, a nosotros y a los guardias. Tanto que algún superior que ha pasado por allí les ha tenido que poner firmes para que no estuvieran tan amiguetes sentados en nuestras sillas. En cuanto el superior ha desaparecido, hemos vuelto al buen rollo.

Finalmente, no han registrado la ambulancia, salvo la curiosidad de asomarse dentro y ver qué llevábamos (además Nuria dio algo para la gripe a uno de ellos) y salimos sin mayor dificultad.

Era tarde y nos quedaba aún el proceso de entrar a Kazajstán. No hemos empezado con buen pie porque los soldados uzbekos nos han enviado por el carril contrario (ya que el otro estaba lleno de camiones), y cuando hemos llegado a la verja kazaja nos hemos encontrado con el que podría calificarse de “típico gordo cabrón” malhumorado y gorra de plato en plan opereta bufa.

Tras una discusión absurda en la que no había manera de saber qué quería el comandante en plaza: que si nos fuéramos andando al edificio y dejáramos allí el vehículo, que si me quedara yo, que si luego se quedara Pau que era el conductor registrado en los papeles del coche,... Y todo con los gritos del amigo, que de inglés ni pajolera idea.
Nuria y yo hemos entrado al edificio de control de pasaportes y Pau se ha quedado con al guardia. A él le ha tocado hacer maniobras para meter la ambulancia por un hueco imposible, según sus declaraciones, mientras nosotros dos hemos hecho cola detrás de los rusos que venían desde Kirguizistán. El trámite ha sido rápido a pesar de no entender casi nada de los papeles que nos daban, simplemente hemos seguido las indicaciones que nos iba dando cada guardia (uno de ellos estaba escuchando por el walkie al “gordo cabrón” de fuera y le daba la risa tonta) hasta que hemos salido sin mayor complicación del edificio. El último guardia nos ha enviado lejos de la zona de registro de los vehículos, así que no hemos tenido más remedio que caminar para esperar más adelante a que llegara Pau, que ya tenía la ambulancia bajo la marquesina.

A los pocos minutos, los guardias nos han vuelto a llamar y hemos acudido a la carrera (insistían en que nos diéramos prisa) hacia la ambulancia. Querían camisetas... Incluso el tipo que me ha puesto el sello en el pasaporte y escuchaba al otro por el walkie, ha salido a por la suya. Pero el desvalijamiento ya se había producido y sólo conseguimos salvar unas cuantas.

El grupo de soldaditos kazajos que estaban allí curioseando y haciéndose el remolón a ver si caía algo era importante. Nosotros hemos puesto cara de tontos simpáticos “pero no te pases del todo conmigo” hasta que Pau ha recuperado unos papeles que se había dejado dentro del edificio de control de pasaportes y hemos podido seguir hasta la verja de salida. Le habían dicho a Pau que al otro lado había una oficina donde sacar un seguro para la ambulancia, pero ha tenido que ser el guardia que nos ha abierto la verja para entrar definitivamente a Kazajstán quien fuera a llamar al del seguro. El amigo estaba de charla con los de dentro del recinto fronterizo. Y es la 1 de la noche, hora local.

Los rusos también están por aquí, junto a un montón de camiones parados en al arcén de la carretera, y nosotros nos hemos venido unos doscientos metros más adelante para montar la tienda de campaña: esta noche dormimos en el arcén (protegidos por la ambulancia) como unos cuantos camioneros a los que seguramente habremos despertado al empezar a montar la tienda.

Pau ha vuelto hacia la verja para sacar el seguro. Menos mal que lleva el mechero linterna que nos regalaron en Nukus.

viernes, 16 de septiembre de 2011

DÍA 16: NUKUS - BUJARA

7 de agosto de 2011

1 país: Uzbekistán (acumulados 14)

0 túneles (acumulados 138)

559 km (acumulados 9.103 km)


Cada vez tengo más claro que el mundo es un pañuelo muy pequeño, pero a veces las distancias entre las esquinas de ese pañuelo se hacen interminables, si las carreteras no están en las mejores condiciones.

Esta mañana hemos descubierto que los inglesitos que dos noches antes buscaban con nosotros la Puerta del Infierno han dormido en el mismo hotel que nosotros. Llegaron evidentemente más tarde porque ni siquiera habían comenzado a abrir sus maleteros en la frontera cuando largamos de allí, y se han levantado más temprano que nosotros. Pero lo de la dimensión de planeta no iba por este encuentro, eso va al final del día.



El parking del hotel

Tal y como ya comprobamos en Plovdiv la primera semana, y en Turquía e Irán más tarde, los turnos de algunos trabajadores del sector hotelero en estos países son muy largos. La muchacha que nos atendió ayer por la tarde cuando llegamos, y por la noche al acostarnos, seguía esta mañana al mando en la recepción del hotel, con la misma elegancia tranquila e hierática de anoche. Y su prudente aunque coercitivo “You shoud pay now” con un hilillo de voz casi susurrante.

Han tenido que ser los inglesitos quienes nos explicaran en el restaurante del hotel que para desayunar debíamos pedir primero los tickets en la recepción, porque ninguno de los empleados se ha inmutado ni ha hecho ademán de atendernos o explicarnos nada cuando hemos entrado y nos hemos sentado en una de las pocas mesas libres que quedaban. Así que hemos vuelto a salir a la recepción a recoger los tickets, y nada más volver al salón del restaurante, ya han venido a por ellos y a servirnos el desayuno: Té, huevos duros,…

En la salida de Nukus, tampoco hemos visto ninguna indicación hacia Bujara, Samarcanda o Tashkent, así que hemos seguido confiando en que los pantallazos del Google Earth sigan siendo válidos y no haya habido cambios desde la época de la fotografía hasta ahora.

Domingo por la mañana en Nukus: hay bastante movimiento de coches, principalmente las furgonetillas coreanas que hacen de taxi. Aunque conforme nos acercamos a la salida de la ciudad el tráfico disminuye, y en la última curva antes de salir vemos a los ingleses parados en unos puestos callejeros en plan mercadillo. ¿Será el mercado negro del que nos hablaba la recepcionista?



Tráfico en Nukus

Y por fin, antes de salir al desierto, nos encontramos con un control en el que hemos de hacer un stop en mitad de la carretera para que varios policías nos miren desde sus garitas. Les saludamos con una sonrisa y seguimos camino (van a ser muchos como estos los que nos vamos a encontrar).


Los primeros 100 km discurren hacia el este y sureste por una carretera en un estado bastante aceptable (algún bache de vez en cuando y socavones rellenos con tierra apisonada), con el desierto del Kyzyl-kum (que significa “arena roja”) a nuestra izquierda y el valle fértil y verde del Amu Daria más abajo a nuestra derecha.

Apenas hay trafico, hay mucha visibilidad y no sabemos la velocidad máxima permitida en este país. Así que mientras nadie nos diga lo contrario y algún que otro coche nos adelante, no vamos despacio.

A continuación hay otros 90 km en los que nos hemos acercado al río atravesando una extensa zona cultivada, y poblada. Es una región totalmente agrícola, con pueblecillos medio destartalados, tiendas a la orilla de la carretera y gente en carretas arrastradas por caballos o burros, también se ve maquinaria agrícola y viejos todoterrenos soviéticos que nos ralentizan un tanto la marcha.

A la salida de Turtkul (a la que llegamos siguiendo lo que parece la carretera principal porque seguimos sin ver indicaciones en ningún sitio) nos encontramos con un mercadillo bastante animado, con multitud de taxis yendo y viniendo en un tráfico que de repente es casi iraní.

Y después de Tutkul el infierno.

Nos hemos encontrado con las primeras dunas que se asoman a la carretera y de repente ésta se ha convertido en un campo de minas en obras, mal señalizado y sin desvíos. Si el último tramo de Turkmenistán estaba mal, éste estaba igual de mal pero además se han puesto a repararlo sin ningún criterio, fresando la capa de rodadura y dejando los bolos de la explanada al descubierto; o construyendo al lado la nueva plataforma ya echada a perder por el tráfico y el clima antes de que echen por encima las capas de asfalto. Resultado: superficie de rodadura llena de baches, con tramos absolutamente horribles por la ondulación que hace que la ambulancia tiemble de vez en cuando como si fuera a desmontarse.

Y yo, ¿por dónde paso?

No sabíamos a qué velocidad circular para que no se notara la ondulación. A bajas velocidades el ruido y la vibración era tal que teníamos la impresión de que en cualquier momento el motor se nos caería al suelo, mientras que a velocidades mayores corríamos el riesgo de comernos los baches más grandes, con golpes tremendos que nos dolían como si los recibiéramos nosotros mismos (además de que en los saltos que dábamos todo lo que habíamos vuelto a empaquetar tras la entrada a la frontera se salía de su sitio). Además, hubo un momento en el que los baches eran tantos que conducir por esta carretera se ha convertido en una especie de eslalon de un lado a otro de la carretera, esquivando baches, autobuses y camiones. Teníamos nuestras dudas de que esa carretera pudiera ser la correcta. Quizá nos habíamos desviado en algún sitio y nos estábamos metiendo en el desierto, pero según la brújula y el mapa de carreteras, además del tráfico, el camino tenía que ser ése porque el río Amu Daria seguía viéndose no muy lejos a nuestra derecha, por en medio del desierto, con las dunas amenazando con invadir la supuesta carretera.

El objetivo de llegar por la noche a Samarcanda, o quedarnos muy cerca, se ha ido desvaneciendo conforme los kilómetros pasaban (muy lentamente) y los baches y ondulación continuaban hora tras hora.

Hemos visto lo que parecía un bar de carretera con bastantes camiones y coches parados, por lo que hemos pensado que podríamos intentar comer allí. Intentar comer, ésa era la palabra. Las niñas que atendían el bar no hacían mucho esfuerzo por intentar entender lo que querías preguntarle. Quizá porque parecía menú único ya que todos tenían lo mismo. Finalmente, además de la cerveza necesaria, nos sirvieron una sopa fría de tomate y pescado (que sólo yo probé porque mientras pedía comida dentro, Pau y Nuria vieron el estado del pescado en una nevera desenchufada y oxidada que había en la terraza junto a nuestra mesa) y una especie de consomé de gallina, todo en unos cuencos y con unas cucharas de aspecto disuasorio.



El interior del restaurante

La comida se servía aquí...

No estaba malo, quizá la roña de la cuchara era lo que le daba el toque especial.


Finalmente sólo yo he comido de verdad mientras que Nuria y Pau han probado poco más que el pan y nos hemos ido. Antes de salir he preguntado a un par de camioneros en qué lugar del mapa nos encontrábamos y cuánto tiempo quedaba para llegar a Bujara. El hombre me ha dado una alegría al decirme que quedaban tres horas, porque eso significaba que la carretera mejoraba, si no sería imposible recorrer en ese tiempo los 250 km que nos quedaban aproximadamente para llegar a Bujara.

Un éxito entre los camioneros locales

Y así ha sido, unos 3 km después han terminado las obras y, aunque la carretera se estrechaba y mantenía el asfalto viejo y con roderas (muy profundas en algún tramo), adentrándose aún más en el desierto, ya hemos podido avanzar a mejor velocidad por el asfalto en lugar de por una explanada destrozada.

Había tramos en los que la arena prácticamente se había tragado la carretera (no nos creíamos que los autobuses y camiones que nos encontrábamos de cara hubieran pasado antes por allí), dando una sensación de soledad y abandono absoluto. Sólo el tráfico y el hecho de que en cuanto había algún grupo de árboles teníamos control policial y antena de telefonía móvil nos decían que efectivamente íbamos por el camino correcto y no nos estábamos metiendo hacia el interior del desierto por una carretera equivocada.









Ésta ha ido mejorando conforme nos acercábamos a la zona poblada y agrícola que rodea a la ciudad de Bujara. De nuevo una zona con canales, agricultores en sus labores del campo, niños en carretas tiradas por burros, también en bicicleta, pueblos, tiendas y gente saliendo a pasear al frescor de la tarde. Y gasolineras, algunas vacías y otras con colas kilométricas. Aún nos quedaba un cuarto de depósito y estábamos llegando a la ciudad, así que ya llenaríamos allí o mañana por la mañana cuando salgamos hacia Samarcanda.




Bujara es una ciudad histórica de la Ruta de la Seda y una de las mayores concentraciones urbanas de Uzbekistán, pero en la rotonda de entrada no había ninguna indicación. Así que nos hemos pasado y sólo la imagen del Googel Earth nos ha permitido ver que efectivamente nos estábamos dejando la ciudad atrás.

De repente, tras el desierto y las zonas agrícolas poco transitadas, Bujara se convertía en una isla de tráfico y coches. Tras dar un par de vueltas queriendo entrar al centro de la ciudad para encontrar un hotel, nos hemos tropezado con unos ingleses en un Clio al que se le había estropeado la ventanilla del copiloto (se les había venido abajo). A falta de destornillador, que les hemos dejado nosotros, tenían una marabunta de niños alrededor de ellos, y que también nos han rodeado a nosotros.




Mientras uno de los ingleses me indicaba dónde había hoteles en la zona centro de la ciudad, Nuria daba papel y caramelos a los niños. Los del Clío se han quedado allí reparando la ventanilla con nuestro destornillador y han quedado en llamarnos cuando estuvieran ya instalados en el centro y devolvernoslo.

Con la fotografía aérea de la ciudad nos hemos dirigido hacia el lado opuesto del centro urbano para acercarnos a la zona donde según el plano esquemático de la Lonely Planet de los ingleses había mayor concentración de alojamientos. En seguida hemos encontrado indicaciones a un hotel y nos hemos acercado. Aunque un poco escondido no tenía mala pinta y el chaval que nos ha atendido no tenía mal aspecto. Estaba oscureciendo y como no era caro (10 € por cabeza por una habitación triple y limpia de acceso directo desde el vestíbulo) nos hemos quedado.

Tras la ducha hemos salido a cenar en búsqueda del centro de la ciudad. Hemos comprobado que aquí tampoco se lleva mucho lo de alumbrar las calles, por lo que hasta que no hemos llegado a las callejuelas de la medina (que sí estaban iluminadas por las luces de las casas y los alojamientos) nos hemos valido de mi teléfono móvil.

Nos hemos encontrado con los ingleses del destornillador, a la puerta de su hotel, que seguían aún con la reparación de la ventanilla y en una de las plazas centrales de la ciudad, con madraza en obras, estanque, ciber-cafés y restaurante para turistas hemos vuelta a ver turistas occidentales por primera vez desde Estambul, incluyendo españoles.

El restaurante de la plaza, más barato de lo que pensábamos, no nos ha convencido con su buffet anodino de área de servicio y hemos seguido buscando. Entonces hemos comprobado lo pequeño que puede ser el mundo a veces: En la puerta de una tiendecita de recuerdos había una pareja de aspecto reconociblemente español. Nuria estaba junto a ellos mirando algunos de los artículos de la tienda y se ha puesto a hablar con ellos cuando los ha escuchado. Nos han dicho que estaban haciendo turismo por su cuenta, nada que ver con los autocares de turistas que habíamos visto unos minutos antes junto a la plaza. Nosotros les hemos contado también nuestra historia del Rally Mongol. Entonces ha sido cuando la chica le ha dicho a él: “¡Anda, eso es lo que quiere hacer tu hermana!” Y cuando ya le hemos explicado que lo estábamos haciendo con una ambulancia él nos ha contado que casualmente su hermana también lo quería hacer en ambulancia.

Y ahí le he preguntado: “¿Tu hermana no será Cristina o Catina?”

Apoteosis… Nos hemos encontrado en Bujara, Uzbekistán, con el hermano de la chica que quiere participar el año próximo y vino hace unas semanas a Elche desde Madrid para asistir la fiesta de presentación de la ambulancia.

Nos hemos hecho unas fotos, nos hemos dado abrazos y parabienes y nos han recomendado un restaurante por allí cerca, con comida algo más variada y ambiente selecto aunque igualmente barato.




Y en el restaurante, conforme hemos subido a la terraza nos hemos encontrado con Bea y Fernando del equipo Switchback. Salimos el mismo día desde Barcelona y hemos llegado al mismo tiempo a Bujara, ellos por Lituania, Moscú y el norte del Caspio. Aunque estaban con los postres, se han sentado a nuestra mesa y hemos compartido charla con ellos contándonos anécdotas de todo lo que nos ha ido pasando.

La verdad es que es emocionante encontrarte de repente con alguien que sabe de qué va todo esto y lo está viviendo con la misma intensidad que tú.