Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

lunes, 19 de septiembre de 2011

DÍA 17: BUJARA - KAGA TERE (FRONTERA KAZAJA)

8 de agosto de 2011

2 países: Uzbekistán - Kazajstán (acumulados 15)

0 túneles (acumulados 138)

568 km (acumulados 9.671 km)


Este viaje tiene un inconveniente: que son “sólo” cuatro semanas y vamos con prisas. Ése fue el motivo de que nos perdiéramos el antiguo puerto pesquero de Moynak, hoy en mitad de un erial desértico (un motivo más para volver a estas tierras) y de que hoy no hayamos disfrutado de Samarcanda como se merece.

Pero luego hablo de Samarcanda.

Esta mañana hemos desayunado en la ambulancia mientras esperábamos en la puerta del hotel a que llegara al hotel un cambista que nos cogiera la moneda turkmena que aún llevábamos encima.

En la salida de Bujara nos ha parado, porque sí, la policía, que en cuanto les hemos dicho “hola” nos han dejado continuar. Una parada aleatoria.


Y a continuación, camino de Samarcanda, hemos tenido la segunda crisis de combustible del viaje. A pesar del bastante tráfico que había entre estas dos importantes ciudades de Uzbekistán, incluyendo camiones y otros vehículos grandes, no había forma de encontrar gasoil por ninguna parte. Las gasolineras, o estaban cerradas o sólo tenían gasolina, y en cada sitio nos daban una distancia diferente al próximo punto donde podríamos repostar. Los kilómetros pasaban y el gasoil no aparecía por ningún sitio, así que estábamos a punto de darnos por vencidos cuando en una estación de servicio que parecía cerrada, un poli nos ha indicado que el gasoil se echaba desde el surtidor que había fuera del recinto de la gasolinera. Nos ha costado entenderlo porque el surtidor no tenía pinta de tal, y como nos señalaban la carretera y decían ulitza (calle o carretera en las lenguas eslavas como el ruso), pensábamos que nos decían que siguiéramos o que era al otro lado, es decir, cambiando de sentido.

Al final hemos salido del paso sin necesidad de recurrir a las garrafas de gasoil y hemos podido seguir camino de Samarcanda por tierras eminentemente agrícolas (en las cercanías de las ciudades más grandes se veía algo de industria) y mecanizadas que Irán. Hemos visto bastantes vacas a la orilla de la carretera (dos carriles por sentido en casi todo el trayecto, aunque con mal estado del firme), pero no mucho pastoreo. Las vacas solían estar a la entrada de casas de agricultores, así que tiene la pinta de que pertenecen, no a explotaciones sino casi a agricultura de subsistencia.

Y nos ha parado otro policía, que no sabíamos si nos quería multar o qué. Finalmente, muy amablemente y en un inglés aceptable, nos ha explicado que el límite de velocidad en esa zona era 70 y nos ha dicho que continuáramos.

Hemos llegado a Samarcanda a mediodía, hacía calor y estaba todo cerrado o cerrando. Tras buscar un sitio donde aparcar en las inmediaciones de la zona de los complejos monumentales hemos ido en busca del Registán.


La pena de Pau por no poder entrar al Registán

Hemos cometido el error de llegar a esta ciudad con muy poco (casi nada) dinero local, así que ni hemos entrado a la mezquita Bibi Khanum (que es la que nos recomendaron anoche que visitáramos), ni hemos podido admirar desde dentro el Registán porque además la explanada central estaba ocupada por un graderío debido a un festival de música o algo parecido.

Además, las urgencias nos han impedido plantearnos siquiera quedarnos en la ciudad para intentar descubrir la avenida de Clavijo, visitar la tumba de Tamerlán... Tan solo nos ha dado para tomarnos una Coca cola para los tres en un kiosco junto al Registán, cambiar 10 $ por si nos hiciera falta en lo que quedaba del día y comprar algo de pan antes de volver a la ambulancia (al menos en la entrada a la ciudad hemos visto el cartel de Motrit, que imagino será el Madrid que fundó Tamerlán en honor a Clavijo, que era madrileño).


Contemplando el Registán

Es una espina que a mí me impulsa a volver de nuevo algún día a este país y disfrutar mejor de Samarcanda, Bujara, ir a Khiva (que no la hemos visto) y hacer la visita a Moynaq.

A la salida de la ciudad hemos buscado un sitio tranquilo junto a la carretera y nos hemos calentado unas albóndigas de lata, además de comernos uno de los botes de pisto que compramos en Turkmenistán.


El resto de la tarde ha sido una carrera contra el sol hacia la frontera con Kazajstán. La intención: cruzar a última hora y evitar así las posibles colas de primera hora de la mañana.


Puestos de fruta a la orilla de la carretera en la provincia de Samarcanda



Íbamos más o menos bien hasta que el caos que supuso el que las carreteras soviéticas tuvieran trazados rectos atravesando intermitentemente territorios de diferentes repúblicas nos haya perdido. Tan solo había que seguir la carretera hacia Tashkent, la capital, y antes de ella encontraríamos, en Cinoz, un desvío a la frontera. Pero como la antigua carretera hacía una línea recta atravesando un trozo de Kazajstán que se mete en pico en territorio uzbeko, había que seguir un desvío. Como es habitual en este país. Las indicaciones son pocas, se ha hecho de noche y todo el mundo decía “priamo, priamo”. Resultado, eran las nueve, oscurísimo, en una carretera en un estado lamentable y perdidos.

Además, cuando por fin hemos visto una indicación hacia Cinoz, de la emoción nos hemos saltado un Stop (íbamos muy despacio porque tampoco veíamos dónde había que hacer el giro a la izquierda). Y se trataba de un Stop de control donde había un policía en su garita.

Nos ha hecho parar, y aquí ha comenzado el show de sacar el plano de carreteras preguntar todo el rato por Cinoz, por Kazajstán, por Shemey, Almaty hasta que el tipo, que quería su pellizco sí o sí, ha visto que el tema le sobrepasada porque le estaban pasando coches saltándose el Stop, y nosotros allí liando. Así que con toda la pena de su corazón y su cartera, me ha dicho que siguiéramos rectos, y que más adelante tendríamos un cambio de sentido para volver a la carretera de Cinoz, que teníamos enfrente de nosotros pero al otro lado de la mediana (barrera New Jersey de hormigón).

Según el policía eran 20 km, pero no sabemos hasta dónde, porque hemos recorrido una distancia bastante mayor por una carreterilla rural llena de baches sin saber a ciencia cierta si estábamos en el camino correcto. Hasta que por fin hemos llegado de nuevo a la “autovía”, junto a un control. Allí nos han indicado el camino a la frontera y casi de milagro hemos podido seguir las indicaciones, porque el reflectante de las señales dela carretera se perdió en algún momento del siglo pasado (si es que lo llegaron a tener).

Tras atravesar el típico pueblo fronterizo con multitud de tiendas a la orilla de la carretera y camiones aparcados a la espera de que les dejen pasar a primera hora del día siguiente, hemos llegado a lo que pensábamos que era la salida de Uzbekistán.

Unos guardias nos han rellenado unos papeles, han mirado nuestros pasaportes, hemos intercambiado los típicos: Spain, Barça, fútbol, Real Madrid; y nos han abierto la verja. Al otro lado del río había otra verja que pensábamos era la entrada a Kazajstán. Unos guardias nos han abierto, han hecho alguna broma y nos han indicado que siguiéramos hasta los edificios de la aduana que había más adelante.

Ha sido cuando nos han pedido la declaración de entrada a Uzbekistán cuando nos hemos dado cuenta de que aún no habíamos salido: demasiado fácil.

Tras dar un par de vueltas para que un soldado joven nos ayudara a rellenar todo, nos ha tocado esperar. A una familia que estaba delante de nosotros les estaban registrando todo lo que llevaban en el coche; así que temíamos que nos podía pasar lo mismo que a la entrada.

Pero los guardias que han venido a curiosear en la ambulancia nos han contado que los de delante eran rusos, y que venían de Kirguizistán, que por ahí hay opio y claro, tenían que registrarlo. Así que esa aclaración y el buen rollete que hemos tenido con los guardias (incluso hemos sacado las sillas para esperar sentados y le hemos invitado a que las probaran) nos han relajado, a nosotros y a los guardias. Tanto que algún superior que ha pasado por allí les ha tenido que poner firmes para que no estuvieran tan amiguetes sentados en nuestras sillas. En cuanto el superior ha desaparecido, hemos vuelto al buen rollo.

Finalmente, no han registrado la ambulancia, salvo la curiosidad de asomarse dentro y ver qué llevábamos (además Nuria dio algo para la gripe a uno de ellos) y salimos sin mayor dificultad.

Era tarde y nos quedaba aún el proceso de entrar a Kazajstán. No hemos empezado con buen pie porque los soldados uzbekos nos han enviado por el carril contrario (ya que el otro estaba lleno de camiones), y cuando hemos llegado a la verja kazaja nos hemos encontrado con el que podría calificarse de “típico gordo cabrón” malhumorado y gorra de plato en plan opereta bufa.

Tras una discusión absurda en la que no había manera de saber qué quería el comandante en plaza: que si nos fuéramos andando al edificio y dejáramos allí el vehículo, que si me quedara yo, que si luego se quedara Pau que era el conductor registrado en los papeles del coche,... Y todo con los gritos del amigo, que de inglés ni pajolera idea.
Nuria y yo hemos entrado al edificio de control de pasaportes y Pau se ha quedado con al guardia. A él le ha tocado hacer maniobras para meter la ambulancia por un hueco imposible, según sus declaraciones, mientras nosotros dos hemos hecho cola detrás de los rusos que venían desde Kirguizistán. El trámite ha sido rápido a pesar de no entender casi nada de los papeles que nos daban, simplemente hemos seguido las indicaciones que nos iba dando cada guardia (uno de ellos estaba escuchando por el walkie al “gordo cabrón” de fuera y le daba la risa tonta) hasta que hemos salido sin mayor complicación del edificio. El último guardia nos ha enviado lejos de la zona de registro de los vehículos, así que no hemos tenido más remedio que caminar para esperar más adelante a que llegara Pau, que ya tenía la ambulancia bajo la marquesina.

A los pocos minutos, los guardias nos han vuelto a llamar y hemos acudido a la carrera (insistían en que nos diéramos prisa) hacia la ambulancia. Querían camisetas... Incluso el tipo que me ha puesto el sello en el pasaporte y escuchaba al otro por el walkie, ha salido a por la suya. Pero el desvalijamiento ya se había producido y sólo conseguimos salvar unas cuantas.

El grupo de soldaditos kazajos que estaban allí curioseando y haciéndose el remolón a ver si caía algo era importante. Nosotros hemos puesto cara de tontos simpáticos “pero no te pases del todo conmigo” hasta que Pau ha recuperado unos papeles que se había dejado dentro del edificio de control de pasaportes y hemos podido seguir hasta la verja de salida. Le habían dicho a Pau que al otro lado había una oficina donde sacar un seguro para la ambulancia, pero ha tenido que ser el guardia que nos ha abierto la verja para entrar definitivamente a Kazajstán quien fuera a llamar al del seguro. El amigo estaba de charla con los de dentro del recinto fronterizo. Y es la 1 de la noche, hora local.

Los rusos también están por aquí, junto a un montón de camiones parados en al arcén de la carretera, y nosotros nos hemos venido unos doscientos metros más adelante para montar la tienda de campaña: esta noche dormimos en el arcén (protegidos por la ambulancia) como unos cuantos camioneros a los que seguramente habremos despertado al empezar a montar la tienda.

Pau ha vuelto hacia la verja para sacar el seguro. Menos mal que lleva el mechero linterna que nos regalaron en Nukus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario