Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

martes, 20 de septiembre de 2011

DÍA 18: FRONTERA KAZAJA - MERKE

9 de agosto de 2011

1 país: Kazajstán (acumulados 15)

0 túneles (acumulados 138)

546 km (acumulados 10.217 km)


Es mal asunto que la primera impresión que te lleves de un país sea la entrada por su frontera, porque generalmente éstas suelen ser peores de lo que viene a continuación. Salvo con Bulgaria, donde las impresiones pobres fueron generalizadas en todo el trayecto, esto de empezar con peor pie de lo que realmente nos encontraríamos luego ha sido general.

Anoche los guardias kazajos y su prelación hacia los regalos convirtieron lo que era un trámite sencillo sin excesivo papeleo en el clásico tira y afloja y derroche de simpatía hacia los que te quieren sacar todo lo que puedan. En eso se están convirtiendo los encuentros con la autoridad.

Esta mañana hemos amanecido con el mugido de las vacas que salían de los corrales del pueblecillo que hay en la frontera para dedicarse a su ocupación diaria de pastar. Vacas, cabras, una burra y su borriquillo, un paisano que nos ofrecía moneda kazaja a cambio de dólares o euros y unos chavales de etnia uzbeka que han venido a curiosear.

Pau se despertó con las vacas y se fue a dormir a la parte delantera, Nuria no se ha enterado de nada (aunque dice que durante toda la noche ha estado escuchando los camiones que pasaban de vez en cuando, con temor de que fueran a estrellarse contra la ambulancia) y yo terminé por recoger la tienda y quedarme sentado al fresco. En ese rato que he estado allí, vi pasar a dos de los guardias de anoche: el “gordo cabrón” de la entrada con uno de nuestros chubasqueros y el que salió desde el control de pasaportes a ver si conseguía una camiseta.

Cuando Pau se ha despertado hemos desayunado unas galletas y hemos comenzado nuestra andadura por Kazajstán. Y a unos pocos kilómetros nos hemos encontrado el primer control policial, en el que por supuesto nos han ordenado que nos detuviéramos. Como no sabíamos los límites de velocidad, no iba muy rápido, a menos de 80 km/h por una carretera convencional, así que tampoco teníamos mucho de lo que preocuparnos. Sólo que en el seguro figura Pau como único conductor pero iba yo al volante. Así que en cuanto hemos parado, y mientras los polis estaban ocupados con otros coches, nos hemos cambiado de posición.

El cambio de posición ya los ha mareado un poco, y como además teníamos comprobado de anoche que hacerse el tonto con el tema del mapa de carreteras sirve para desviar la atención, yo bajé con el mapa en la mano en cuanto nos pidieron que bajáramos, saludando animosamente a los agentes. Uno de ellos le llegó a decir a Pau que teníamos que pagar unos 10.000 tengues (algo así como 50 €) porque alguno de nosotros no llevábamos el cinturón de seguridad (era tan evidente la excusa) que tampoco han insistido mucho y Pau consiguió desviar la conversación hacia el fútbol y el Barça. Yo, con el otro he estado todo el rato haciendo oídos sordos a su insinuación de dinero y le he desplegado el mapa de Kazajastán en las narices para preguntarle por el mejor camino para subir desde Almaty hacia la frontera rusa. El tema mapa le ha maravillado y tras decirme cuál era la ruta buena (no la que yo tenía planeada sino la que nos dijeron los Sambori que habían hecho el año pasado); nos han estrechado las manos y nos han dejado seguir.

Nuria ni se ha enterado.

Tras un buen atasco en las inmediaciones de Tashkent (la capital uzbeka, al otro lado de la frontera, y que hemos rodeado a escasos 15 km) nos hemos incorporado a la autopista que une esta capital con la antigua capital de Kazajstán: Almaty. La cosa empezaba a tener buena pinta hasta que la carretera ha empeorado notablemente: el ligante asfáltico estaba prácticamente desaparecido de forma que la superficie de rodadura era irregular y muy bacheada. Ha sido muy incómodo circular a más de 80 km/h con la ambulancia, aunque los nativos le pisaban bastante más.

Unos 30 km antes de Shymkent, la primera ciudad importante, hemos parado junto a unos retretes en la carretera. Hemos preferido no usarlos. Sin embargo los conductores que han parado el rato que hemos estado allí (tanto hombres como mujeres) los usaban demostrando que tienen muy alto el umbral de la náusea.

Luego nos hemos metido en Shymkent para buscar un sitio donde cambiar dinero. Se veía una ciudad bastante animada, la tercera mayor del país, con bastante población rusa, y también mezcla racial, lo que la hace bastante atractiva…

Las concurridas calles de Shymkent

Hemos cambiado dinero y comprado unos pasteles de carne para almorzar algo y a continuación nos hemos perdido sin saber por dónde salir de la ciudad. Tras varias vueltas y preguntar a unos y otros, por fin en una gasolinera un camionero joven nos ha indicado el camino (el más largo posible, por cierto) y hemos podido encontrar de nuevo la carretera hacia Almaty 18 km más allá. Ya no era autopista, sino carretera convencional y con bastante tráfico, lo que nos ha ralentizado la marcha. Aún así, el paisaje de amplios campos verdes y cultivados entre montañas altísimas (casi 4.000 m) y nevadas merecía la pena se contemplado con calma. A pesar de parecer una región más bien rica y urbanizada asimilable a cualquier región semiurbana de Europa, aquí ya hemos comenzado a ver jinetes pastoreando.



Al otro lado de las montaña está Kirguizistán, y el enclave del valle de Fergana en Uzbekistán

Además, en esta zona hemos empezado a encontrarnos con obras de desdoblamiento de la carretera (esto del rally mongol estará chupado dentro de unos pocos años…).






El resto de la tarde ha transcurrido con pocas novedades, siguiendo la Ruta de la Seda: un par de paradas. La primera en la circunvalación de Taraz (donde los chinos llegaron a enfrentarse con el califatos abasí de Bagdag hace 1.260 años -la Ruta de la Seda lleva muchos siglos siendo el motivo de choque entre grandes imperios-) para coger agua de un río (la que traíamos del hotel de Bujara salía turbia del grifo, aunque no lo vimos hasta que llenamos las garrafas) y en otro pueblecillo a comprar agua para beber y algunas cosas para picotear.

No son olas, sino roderas en el asfalto, en el pueblo donde hemos parado a comprar unos helados

Desde la hora de comer han sido unos 240 km hacia el este hasta que se ha puesto el sol, avanzando por una carretera en obras, con tramos ya terminados por los que se podía avanzar a más de 100 km/h y otros en los que era complicado mantener los 40. El destino final era Merke, donde el trayecto gira hacia el norte para rodear el territorio kirguizo en el que se encuentra su capital, Bishkek. La idea original era hacer el recorrido recto para visitar esa ciudad y añadir un país más a la lista. Pero pagar un visado más y atravesar dos fronteras extra para ahorrar unos 20 km no era muy razonable.

A la entrada de Merke había una especie de restaurante, en el que la bebida te la coges tú de las neveras y la comida la pides. Hemos comido aconsejados por la camarera, una muchacha joven a la que le daba la risa y que no entendía nada de lo que le decíamos, y luego hemos avanzado unos 4 km buscando un sitio donde dormir. Era de noche y no se veía absolutamente nada, así que en cuanto hemos visto una especie de tienda a la orilla de la carretera junto a una gasolinera cerrada. En la tienda había una niña a la que le hemos preguntado con gestos si podíamos acampar y dormir allí y nos ha señalado el espacio entre la casa y la gasolinera. Y en la gasolinera, cuando estábamos sacando la tienda, ha aparecido un tipo que estaba dentro de la garita y nos ha dicho que nos pusiéramos debajo de la marquesina y no nos quedáramos al raso.

Y aquí es donde hemos tenido uno de los momentos tensos del viaje: el tipo le ha enseñado a Pau una pistola de descargas eléctricas y le ha dicho que era el vigilante. Pero le ha dado mal rollo, y sobre todo a Nuria. No se fiaban de que el amigo de la pistola no fuera a atracarnos por la noche y a robarnos todo o incluso dejarnos allí tieso.

Yo he insistido en que era el mejor lugar para acampar, y que al igual que en Irán con Elyar, nos podíamos fiar del tipo que nos hemos encontrado allí: cualquiera no va a tener un arma de éstas en Kazajstán y además va a ir enseñándola. Si fuera un delincuente no se habría delatado.

Aún así, ha preferido no dormir sola en la ambulancia; esta noche me toca a mí probar la camilla, que aún no lo he hecho en estas casi tres semanas.

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