Aventura nº...

AVENTURA Nº 2: RUTA DE LOS CABOS 2012

jueves, 30 de mayo de 2013

RUTA DE LOS CABOS 2012, DÍA 5: Bad Bentheim (Al) - Copenhague (Dn)

Miércoles 4 de julio de 2012

RUMBO AL PAÍS DE LA SIRENITA


623 km





¿Alemania cara? Entrando a Dinamarca vimos cosas que vosotros jamás imaginaríais. Pero luego os lo cuento.

Después de la paliza de ayer, en la etapa de hoy sólo nos tocaba cruzar una frontera, pero acuática, al otro lado del mar.

A parte de un pequeño despiste al salir desde Bad Bentheim para incorporarnos a la autovía (¿he comentado antes que en Holanda y Alemania no hay peajes?), la etapa de hoy no presentaba demasiadas complicaciones: mucho tráfico en las inmediaciones de Bremen y de Hamburgo, algunas obras que obligaban a circular más lento por estas carreteras sin límite de velocidad genérico, y finalmente un puente y un ferry para llegar a Escandinavia.

Al noreste de Hamburgo de repente la autopista se convierte en una carretera convencional y los coches con tablas de surf en el echo o tirando de remolques con barquitos de vela te avisan de que estás llegando a una zona de vacaciones. Se trata de la tranquila isla de Fehmarn, a la que se cruza por un puente de poco menos de 1 km. Nuestro primer contacto con el mar Báltico.

Pero nosotros no sabíamos de todo lo que había en esa isla, así que paramos en la última gasolinera antes del puente, pensando en llenar depósitos con los competitivos precios alemanes y comprar algunos víveres en el súper de la estación de servicio. Pero ésta no era mucho más que cualquier otra gasolinera que puedan encontrarte en el este más profundo de Europa e incluso en Asia Central (incluso los lavabos estaban sucios, ¡en Alemania!). Afortunadamente el encargado nos dijo que en la isla había supermercados.

Y así era, en la entrada al principal pueblo de la isla (Burf Auf Fehmarn) hay una zona comercial típica de ciudades de veraneo, con sus señores alemanes en chanclas con calcetines y rebeca comprando en un Lidl.

El Lidl nos salvó. Hicimos compra para los días siguientes mientras Manuel Mosquito cambiaba una de sus luces de cruce, obligatorias durante el día en el norte de Europa (aunque no se haga de noche en estas fechas).

Tras el acopio de víveres volvimos de nuevo a la carretera (con nuevo despiste, esta vez de Rafa en la moto, como si quisiera hacer turismo por la isla en lugar de ir a buscar el ferry). Y llegamos al puerto de Puttgarden, donde como si se tratase de un peaje, te subes al ferry que te cruza el estrecho de Fehmarn llevándote a Dinamarca.

Rafa iba delante con la moto, y le hicieron continuar para subir al barco que estaba a punto de zarpar, mientras que el resto de expedicionarios nos quedamos con los coches esperando al próximo. Aprovechamos para comer allí en la explanada del puerto. Yo en concreto una ensalada de vegetales inidentificables entre abundante salsa desconocida. Mientras, Rafa tenía que conformarse con algún bocata del bar del barco.

Somewhere beyond the sea!

Cuando por fin embarcamos, vimos cosas tan asombrosas como coches daneses llenos de cerveza alemana (pero llenos, llenos. Estoy hablando por ejemplo de un Volvo Station wagon, con toda la parte trasera hasta arriba de packs de latas de cerveza), muestra de que Dinamarca iba a ser muy cara. Demasiado. Si no que me expliquen que un danés se gaste los más de 100 € que cuesta la ida y la vuelta en ferry, más la gasolina para ir a comprar unas birras al país del otro lado del mar de al lado.


Haciendo el tonto en la bodega del ferry. El coche de detrás mío a mi derecha (No, el de Alicante es el mío y está a mi izquierda, me refiero al Volvo) era el que iba hasta arriba de cerveza.

Algunos de los paisanos de Hamlet ya empezaban a destapar en el mismo barco parte de la cerveza comprada en Alemania (hablamos de litrona) para darse el primer homenaje sobre las olas.

En Dinamarca nos esperaba Rafa tras el laxo control aduanero (la primera frontera que veo en la Unión Europea con policías echando un vistazo a los que pasan), comiéndose un helado en la primera estación de servicio. Mientras rehacíamos la nuestra comitiva y nos volvíamos a poner en marcha, todos los pasajeros de barco habían salido ya del puerto danés (porque no había otra cosa), así que cuando nos metimos a la autovía, durante bastantes kilómetros condujimos totalmente solos, puesto que el origen de la misma era un puerto de mar al que no había llegado aún ningún barco. Además, parece que esa isla (porque habíamos cruzado de una isla a otra, la de Lolland, o Lolandia, la tierra de las Lolas...) no vive mucha gente.

La verdad es que apenas encontramos tráfico hasta llegar a Copenhage, dos islas más al norte. La entrada a esta ciudad era un tanto fría, por la zona portuaria, no mucho más sofisticada que la entrada a Alicante desde Elche, por poner un ejemplo de entrada fea a una ciudad.

Yo abrí camino, guiándome casi exclusivamente por mi olfato en busca de las famosas galletitas danesas, hacia el centro, y una vez allí, aprovechando que Elena había estado antes en la ciudad, nos guiaron los Sambori con la moto hacia la oficina de turismo. De paso nos metimos dos veces por zonas prohibidas al tráfico debido a las obras. No vimos un solo municipal.

Tras un par de dimes y diretes por fin nos recomendaron un hostel al que fue complicado llegar por las obras que había en el centro. Fue necesario que Rafa y Elena fueran con la moto a buscarlo para ver si habían habitaciones disponibles, y luego fuimos los coches dando vuelta y volviéndome a guiar por mi olfato.

Nos alojamos en el Jorgensen, a escasos 500 m del centro, y aprovechando que aún no era tarde y que a esas latitudes los días alargan mucho, nos dimos un buen paseo para estirar las piernas, en busca de la Sirenita.



 Y echar algunas fotos como
 
 
A la entrada de la ciudadela de Copenhage


 Para por fin encontrar al personaje de Hans Christian Andersen (¿para qué más monumento?)


 Si luego viene un idiota a hacer broma de ellos

E incluso de tu guardia real


 Mejor dar un paseo romántico por la ciudad, desde el barrio diplomático
 
 
Hasta su concurrido y animado puerto viejo
 

 Donde poder cenar algo
 
 
Por cierto, id con dinero si queréis cenar en esa parte de Copenhage, porque no es nada barato, aunque un capricho de vez en cuando. Y si además los camareros se lían y se les olvida pedir uno de los platos, y Elena se pone combativa y consigue que nos cobren menos, pues una anécdota para contar que nos llevamos (muy modernos los daneses, super-hipsters divinos de la muerte, pero se ve que no están hechos para ser camareros...).

 

lunes, 25 de febrero de 2013

RUTA DE LOS CABOS 2012, DÍA 4: Compiègne (Fr) - Bruselas - Bad Bentheim (Al)

Martes 3 de julio de 2012

SI HOY ES MARTES, ESTO ES BÉLGICA... NO! HOLANDA..., ¿ALEMANIA?


596 km




A la luz del día el Hotel de Flandre en Compiègne no parecía (o quizá sí) tan angosto como la noche anterior, después de vagabundear en la campiña del norte de Francia. Era el típico hotel antiguo de centro urbano que ha ido ampliándose a costa de extenderse por los inmuebles adyacentes, cambiando el ancho de los pasillos, el estilo del mobiliario, y la cantidad de roña acumulada en las moquetas (las moquetas, uno de los pocos aspectos en los que ganamos de goleada a Europa: ¡no las usamos!), según vas pasando de un edificio a otro.

Nuestro hotel, y mi coche
 

El caso es que después de un buen sueño (en una minihatación dentro de la habitación de los Sambori, y comunicada con ésta mediante puerta y ventana interior) y una ducha reparadora, estábamos en condiciones de comenzar el periplo por el corazón industrial y motor económico del continente, entre la cuenca del Ruhr en Alemania y el puerto de Rotterdam. Para el carbón y el acero que se producía en toda esta región de Europa y evitar que se produjera una nueva guerra nació la actual Unión Europea. Precisamente, en esta etapa en la que pasaríamos por la capital europea también uníamos algunos puntos muy significativos de la Segunda Guerra Mundial (cuyos escenarios y circunstancias iban a estar asomando aquí y allá durante todo el viaje).

En Compiègne, de donde partimos ese día, se firmó el armisticio  entre Francia y Alemania al final de la Primera Guerra Mundial en 1918, y donde 22 años más tarde Hitler hizo que los franceses se la envainaran firmando su rendición en el mismo coche de tren. Vueltas que da la vida.

Aunque amaneció el día despejado, poco a poco, mientras avanzábamos hacia la autopista por la campiña el día se fue nublando, por lo que en la priemra estación de servicio paramos a desayunar algo y a que los Sambori se pusieran la ropa de lluvia.

Desde allí a Bruselas eran dos horas, que hicimos sin complicaciones. Simplemente una breve parada para tomer un café, unos pocos kilómetros antes de llegar a la capital comunitaria (será la pauta general de todo el viaje: parar cada dos horas para repostar en la moto y que Rafa y Elena descansaran, que para ser su primera experiencia motera, no era poca cosa lo que estaban haciendo). Y de paso yo volví a sujetar uno de los guardabarros traseros del coche con bridas, consecuencias del golpe del día anterior.

En Bruselas visitamos el Atomium. No es lo más pintoresco ni típico ni bonito que ver en la ciudad pero quizá sí lo más curioso, espectacular y kitsch; y además queda al lado de la autopista... Si vosotros vais también a Bruselas, os recomiendo las callejuelas que rodean la plaza del Ayuntamiento, y una buena parrillada de marisco (famosos son los mejillones) de las que sirven en todos los restaurantes del centro. Con la paella belga de mejillones yo no me atreví la vez anterior que estuve en Bruselas.
 
¡Un nuevo chekpoint logrado!
 
Tras las fotos de rigor y el descanso oportuno con almuerzo en Bélgica seguimos el viaje hacia Holanda. En la zona de Amberes el tráfico era brutal y peligroso, con auténticos hijos de Satanás lanzándose a casi 200 km/h en cuanto pasaban los embotellamientos de los enlaces de autopista (esos civilizados belgas...)
 
Había que tener la ruta clara antes de seguir el camino

Nada más entrar a Holanda paramos a comer algo en un área de servicio (por eso de hacer cada comida del día en un país diferente), y un marroquí al que le cai bien o le haría gracia el tuneado del coche, me regaló una taza así por las buenas. Cosas del camino.
 
Si en la Segunda Guerra Mundial, las carreteras holandesas hubieran tenido el tráfico que tienen ahora, dudo mucho de que la blitzkrieg que lanzó Hitler hubiera prosperado, porque atravesar Holanda, que mira que es pequeña fue duro. En Breda nos encontramos con el segundo atasco del viaje, y nos costó llegar al lejano puente de Arnhem sobre el Rhin entre el tráfico, las obras, la lluvia y la cantidad de cruces en los que debíamos ir cambiando de autopista para seguir la ruta a la frontera alemana.
Los Sambori guardando pacientemente su puesto en el atasco para no dejarnos atrás.
 
Durante ese tramo yo iba delante abriendo camino, comprobando en el mapa de carreteras que no me pasara de enlace (hubo uno en el que me equivoqué y perdimos unos 10 minutos entre ir y volver).
 
Por fin, el cielo se fue abriendo y, tras atravesar una zona de bosques  despoblada y sin salidas ni gasolineras entramos a Alemania, con lo que el objetivo del día estaba cumplido. Estábamos cansados tras la última etapa de tráfico, lluvia y enlaces, pero por fin estábamos en el país de destino del día. Ahora sólo nos quedaba encontrar alojamiento.
 
Salimos en el primer pueblo (Bad Bentheim), y tras varios dimes y diretes y vueltas que nos hicieron perder la noción de la distribución del pueblo, por fin encontramos un hotel a un precio razonable y con habitaciones disponibles.
 
Después de ducharnos nos fuimos a cenar, y no se nos ocurrió seguir calle arriba porque no sabíamos dónde llebava esa calle, así que nos subimos al coche y dimos una vuelta de 5 km por donde habíamos llegado a esa zona del pueblo, para entrar así al centro urbano en el que habíamos estado al principio.
 
Pasaban de los 9 de la noche, así que no nos dieron de cenar en ningún sitio, ni siquiera en un restaurante griego, con lo que nos conformamos con unas cervezas en una terraza en la aprte alta de una calle que bajaba a un vecindario que nos recordaba a algo... 200 m más abajo estaba nuestro hotel, sin necesidad de haber hecho los casi 5 km por los que habíamos venido.
Hora de preparar la cena
Y como no nos dieron de cenar, pues nosotros nos hicimos la cena aprovechando que nuestras habitaciones daban a la misma terraza. Nuestra primera cena de campaña.
 

martes, 19 de febrero de 2013

RUTA DE LOS CABOS 2012, DÍA 3: Salles - París - Compiègne

Lunes 2 de julio de 2012

EL DÍA MÁS LARGO



Y no porque hiciéramos camino al norte, como si fuéramos hacia las playas de Normandía, donde tiene lugar la película con ese nombre, ni porque fuera el de mayor kilometraje de todo el viaje, ni siquiera porque toda la jornada transcurriera en Francia (la maldición que tenemos cada vez que queremos salir por carretera desde la península) sino porque fue el día en el que más tarde llegamos a nuestro destino. Se nos hizo de noche, rompiendo una de las reglas de oro de los viajes, que no te oscurezca en la carretera. Pero empecemos desde el principio.

 
 

Desde la última noche en ruta en Mongolia no había vuelto a dormir en tienda de campaña, esta vez junto a un río. Así que en este viaje ya llevaba el suelo del salón de Mosquito en Cádiz, una habitación de hotel y colchoneta en tienda de campaña, por variedad que no sea.

El plan del día era llegar a París, “plantar la bandera” y seguir camino hacia Bélgica. Sin duda, el tráfico de las carreteras francesas, y especialmente el de París haría que no avanzáramos tanto hacia el Norte como nosotros queríamos.

Este día, después de más de 2.000 km conduciendo solo en mi coche de nuevo iba a tener compañía. Después de Burdeos (mucho tráfico darle la vuelta en hora punta) hicimos la primera parada del día para repostar y tomar un café, y Elena me acompañó, que también llevaba los mismos kilómetros que yo en el cuerpo pero como pasajera en la moto.
 
Un alto en el camino para reponer fuerzas
Hasta París no tuvimos más novedad que las tres chicas que se molestaban y parloteaban dentro de un puesto de gofres y salchichas en un área de descanso cerca de Poitiers. Y la entrada a París fue toda una epopeya entre el tráfico, las motos que allí tienen la costumbre de circular a toda velocidad ente las filas de coches (me pareció leer en uno de los paneles de señalización variable de la autovía que prestáramos atención por los retrovisores a los motoristas, como si fuera algo institucionalizado) y el guiarse visualmente una vez que entramos en la ciudad, teniendo como hito a seguir la torre Eiffel.

¡Paris!

Makin off
 
La verdad es que es todo un gustazo llegar con tu coche al mismo centro de París, darle una vuelta a la torre, y encontrar aparcamiento justo cuando termina el horario de la O.R.A. al lado del Campo de Marte.
 
¡Ahí mismo!
 
Nos hicimos las fotos de rigor, chupamos un poco de wifi para conectarnos a internet y enviar algunas de esas fotos,  antes de que se hiciera muy tarde nos volvimos a pelear con el tráfico parisino en los adoquinados y atestados Campos Elíseos y la Ronda Norte hacia Saint Denis (con accidente incluído bajo el túnel que lleva al Estadio de Francia en este distrito) para huir de la mayor área metropolitrana de Europa Occidental.
Los Sambori camino del Arco del Triunfo
ATENCIÓN, NUNCA INTENTÉIS DARLE LA VUELTA AL ARCO DE TRIUNFO SI NO ESTÁIS COMPLETAMENTE SEGUROS DE LO QUE QUERÉIS HACER (es la MEGARROTONDA, y como te metas en hora punta en los carriles interiores es casi imposible salir de ella).
 
Decían que París bien vale una misa, pues también un atasco y la promesa de volver con más tiempo.
 
Algo más al norte de París, hicimos una parada para decidir dónde parábamos a dormir (y de paso yo, haciendo marcha atrás me comí un cartel publicitario que no vi por el retrovisor, con lo que llevé el parachoques trasero cogido con bridas durante todo el viaje) y pensamos que el pueblo de Senlis que veíamos en el mapa no tenía mala pinta, a una distancia prudencial de la gran ciudad y de una tamaño que auguraba la existencia de hoteles.
 
Pues bien, aquí empezaron nuestros problemas en busca de hoteles. Los que había entre la salida de la autopista y el pueblo estaban llenos. En el pueblo encontramos uno de aspecto muy caro y elegante, que afortunadamente para nuestros bolsillos también estaba lleno, nos indicaron un par de casas de huéspedes que tampoco tenían plazas (¡pero si era un pueblo pequeño a 60 km de París!). Decidimos ir hacia el polígono industrial que vimos a la entrada a ver si allí eran ciertas otras indicaciones de hotel que vimos. No eran ciertas, pero nos encontramos con un afgano que no hablaba inglés pero que me puso a un amigo suyo al teléfono para que hiciera de traductor. El afgano, con su traje tradicional blanco, se me subió al coche y comenzó el paseo por el pueblo mientras se nos hacía de noche. Nos llevó a los mismos hoteles a los que habíamos ido hasta que en un bar consiguió que una camarera agobiada por los argelinos que bebían en la barra (y de los que fuimos el centro de atención) nos buscara un par de números de teléfono de hoteles en otros pueblos más al norte.
 
Y así nos vimos, ya oscuro, circulando por una carretera nacional parando en todas las indicaciones que veíamos de camping u hotel hasta que llegamos a Compiègne, 30 km más al norte y después de haber preguntado en tres o cuatro sitios.
 
En Compiègne, ya bastante tarde, no se veía mucha gente (un lunes de agosto a las 10 de la noche tampoco se puede pedir mucha alegría en Francia), y tuvimos que dar unas cuantas vueltas hasta que Rafa, intuitivamente se saltó una prohibición de giro y encontramos el hotel de Flandre al lado del río donde pudimos pillar dos habitaciones. El recepcionista, de origen marroquí, sabía hablar algo de castellano y nos contó que un abuelo suyo era de Almería (fíjate tú por donde).
 
Cenamos como animales cansados en un kebap turco cercano, que aunque estaban recogiendo y limpiando los suelos, no dudaron en atendernos (además, fuimos reclamo para que comenzara a legar más gente a cenar ¡a las 11 de la noche! (toda una proeza en Francia).
 
 
 
 


sábado, 16 de febrero de 2013

RUTA DE LOS CABOS 2012, DÍA 2, Salamanca - Salles (Fr)

Domingo 1 de julio de 2012

LA RUTA DE LOS PORTUGUESES

655 km

Dos años antes, en 2010, tuve la corazonada de que la selección española de fútbol llegaría a la final del Mundial, y al comprobar la fecha de ese día vi que me pillaría de viaje en Roma. En la primavera de 2012 también tuve la corazonada de que La Roja alcanzaría la final de la Eurocopa, y que si la planificación de la Ruta de los Cabos era la prevista, ese domingo me pillaría en Francia. Y así fue.


Pero, ¿qué ocurrió antes durante todo ese día?

 

Creo que esa mañana me olvidé de pagar el desayuno en el bar del hotel. No fue premeditado, pero entre bajar equipaje, entrar y salir, tomar un bocado, y que cada uno de los miembros de la expedición entraba y salía del bar como en una sitcom, etc. pues que el trámite de pagar el desayuno se me pasó por alto.
 
Esa mañana volvimos a tener otra despedida, la de Pau, que después de haberse prestado de buena gana a hacer bulto en Cádiz, y acompañarnos hasta Salamanca, se volvía a Elche. Un buen paseo de domingo.
 
Los Mosquitos, por problemas con la moto continuarían el viaje en coche; así que la expedición finalmente se quedaba en la moto de los Sambori y los dos coches (Mosquito y Clavijo).
 
 
Nada más iniciar la marcha e incorporarnos a la autovía descubrí que, además de no haber pagado el desayuno, me encontraba recorriendo otra de las principales rutas de emigración humana por carretera: La ruta de los portugueses. Se trata del camino que siguen nuestros vecinos lusos que emigraron a Francia hace años (y según parece han vuelto a emigrar, igual que les está tocando a hacer a muchos españoles); y que va desde la frontera francesa en Irún hasta la portuguesa en Ciudad Rodrigo. Era domingo 1 de julio, comenzaba el primer periodo de vacaciones del verano, y en sentido opuesto se veían muchos coches con grandes arcones maleteros en sus bacas. Exactamente lo mismo que vi el año pasado en Bulgaria camino de Turquía: caravanas de vehículos con matrícula alemana circulando por las horribles carreteras búlgaras hacia Estambul y con los mencionados arcones en sus techos.
 
Además de la ruta de los portugueses y la de los turcos alemanes, también estoy acostumbrado a los argelinos y marroquíes que en verano llenan la A-7 y AP-7 con furgones cargados hasta los topes. Y parece que vamos a seguir viéndo y viviendo este tipo de movimientos por mucho tiempo, como reediciones incesantes de la mítica Ruta 66 norteamericana, que en los años 30 vació el Medio Oeste norteamericano de familias que fueron a buscar fortuna a California y Chicago.
 
El caso es que en esta ocasión el flujo migratorio era en sentido contrario al nuestro, así que hicimos la ruta sin ningún contratiempo, haciendo las paradas preceptivas para repostar y comer algo a la altura de Palencia y tras el angosto paso del puerto de Pancorbo, donde dejábamos las soleadas llanuras castellanas para internarnos en el nublado y más fresco País Vasco.
 

Oye, que me va a venir bien la txapela para cruzar Euskadi, pues. Ahí va la hostia.
 

A la altura de Mondragón hubimos de parar para que los Sambori se pusieran la ropa de lluvia, porque aunque fuera 1 de julio, en el interior de Esukadi la lluvia sigue regando sus montes verdes y abruptos, por donde la autopista va saltando de valle en valle.

 
De mi paso fugaz por el País Vasco descubrí también que la expresión "su puta madre" es más poderosa que los problemas linguísticos, porque en uno de los peajes de la AP-1, quien me cobró estaba hablando en euskera con su compañero, y en mitad de una parrafada para mi ininteligible, soltó un "su puta madre" bien claro y vertebrador.
 

Primeras lluvias del viaje
 
La lluvia duró lo que tardamos en vislumbrar el Cantábrico a la altura de San Sebastián y entrar a Francia.
 
El espacio Schengen está muy bien, pero por otro lado a veces tiene sus inconvenientes. Queríamos parar a repostar antes de entrar a Francia para llenar los depósitos con combustible más barato, pero entre que los vascos no tienen el ojo de los catalanes para la pela (advirtiéndote de que llegas a la última estación de servicio "d'Espanya"), y que no hay aviso previo para entrar al siguiente país, nos metimos en Francia sin darnos cuenta.
 
Paramos en la primera Arie francesa y volví a enfrentarme a la "amabilidad" de los dependientes de gasolineras galas, que no están allí porque les paguen y sea su trabajo, sino por hacernos un favor a los pobres extranjeros que paramos a dejarnos el dinero. Ya puestos, comimos allí mismo, pero de lo que llevábamos nosotros encima, como un emigrante más, y emprendimos la última etapa del día, atravesando el mayor bosque de Europa, las Landas de Gascuña.
 
 Pequeño picnic en la primera área de servicio francesa

 
Aunque el objetivo del día, según la planificación inicial, hubiera sido llegar a Burdeos, como el día anterior nos habíamos quedado en Salamanca en lugar de en Valladolid, íbamos un poco justos para llegar a tiempo de ver la final de la Eurocopa, así que en un área de descanso paramos a mirar un mapa turístico de la región para localizar los cámpings y hoteles de la zona, y decidimos seguir hasta un pueblo llamado Salles.
¿Y hoy dónde dormimos?
 
Tras atravesar el pueblo encontramos las indicaciones al cámping, donde montamos nuestro campamento antes de ir a buscar un bar donde ver el partido.
 
Nuestro campamento
 
Salles es un pueblo pequeño, tranquilo, incluso diría que aburrido, puesto que a las 8 de la tarde no se veía un alma por la calle. En el primer bar que encontramos, donde había una carta de menú y por tanto esperanza de poder cenar, preguntamos si podríamos ver allí el fútbol. Y premio.
 
Aunque la cocina estaba cerrada, el propietario esta vez fue amable y nos indicó dónde podríamos encargar unas pizzas para comerlas allí mismo. La cerveza corrió alegre, sobre todo cuando el temor a Italia de disolvió en las triangulaciones de la selección española.
 
Nosotros disfrutamos, los franceses que había en el bar veían con poco interés el partido, y sólo cuando ya finalizado apareció por allí un tal Martínez, conocido de los parroquianos, que ya no recordaba nada de la lengua de sus padres pero que lucía orgulloso una camiseta de la selección con su apellido, los clientes del bar nos aplaudieron. como si hubiésemos ganado nosotros la Eurocopa.
 

Otra vez campeones de Europa, celebrándolo con nuestro amigo Martínez, de Salles, Francia
 
Y eso, es muy grande.

 

domingo, 10 de febrero de 2013

RUTA DE LOS CABOS 2012, DÍA 1: Cádiz - Salamanca

Sábado 30 de junio de 2012

LA VÍA DE LA PLATA

588 km



Manuel Mosquito, uno de los espiritus fundadores de los Aventureros Solidarios, escogió un lugar ideal para comenzar la ruta. Inicialmente iba a ser Tarifa, para enlazar así el punto más al sur de Europa con el más septentrional del continente en cabo Norte, pero finalmente no pudo ser posible y tuvimos la "desgracia" de comenzar oficialmente la ruta en Cádiz, junto al Baluarte de San Roque dentro del recinto histórico de la ciudad, un lugar fantástico orientado al suroeste y bañado por el océano Atlántico.
 
Allí estábamos todos, ansiosos de comenzar el viaje: los tres equipos en moto (Mosquito, Kame House y Sambori) y servidor en coche (Clavijo Plus Ultra). Aunque para aparentar más volumen de participantes Pau y las chicas de Granito de Arena habían tuneado también sus coches con pegatinas de la Ruta de los Cabos.
 
 Manuel luce junto a su África Twin
 
Los coches, con mi Civic del 95 tuneado para el "rally"
 
Los Sambori haciendo las últimas comprobaciones y filmados por la prensa. Cádiz al fondo.
 
 

Además, las chicas de la ONG Granito de Arena montaron su pequeño puesto con merchandising de la organización y productos de Sri Lanka, donde ellas operan llevando a cabo pequeños proyectos que ayudan a familias a salir adelante y ser autónomos.
 


Una vez hicimos nuestras aportaciones, terminamos de maquear los coches y motos con las pegatinas y la gente de Onda Cádiz nos grabó. nos dispusimos a iniciar el viaje.
 
La salida de las motos
 
A la salida de Cádiz nos dispersamos entre el tráfico, de forma que Pau no vio las indicaciones hacia la A-4 por el puente de Carranza y siguió hacia San Fernando, así que aunque hice gran parte de los kilómetros iniciales con las motos, en el peaje de la autopista de Sevilla me paré a esperarlo mientras los moteros se soltaban y elegían lugar donde parar a comer pasada la capital andaluza.
 
No pensábamos que íbamos a encontrar tan cerca y tan pronto algo que nos recordara al Rally Mongol. En la salida 782 de la A-66, unos kilómetros al norte de Sevilla, está la Venta del Alto, donde podéis encontrar un bar de carretera infame con casi nada en sus expositores, camareras sobrepasadas que no tienen muy claro lo que hacen, e instalación eléctrica muy deficiente, con cables al aire e iluminación colgando fuera de sus ubicaciones.
 
Da gusto saber que aún quedan sitios así y no todo son insulsas y asépticas áreas de servicio, todas iguales y con los mismos productos, de aquí a Noruega (nos íbamos a hartar de sandwiches durante todo el viaje).
 
Después de comer, aprovechamos para echar gasolina en uan estación de servicio cercana, enfrente de un restaurante de verdad que no habíamos visto por no andar medio kilómetro más a la hora de decidir parar a comer. Y aquí nos volvió a ocurrir otra historia digna del Rally Mongol: Pau pensó que para qué seguir las indicaciones de tráfico (poco intuitivas, es cierto) para llegar a la gasolinera si lo más fácil era saltarse una línea continua cuando la Guardia Civil está allí para aplaudirte la gracieta.
 
Afortunadamente, tras la preceptiva muestra de la documentación, Ati entró en acción y se puso a camelarse a los guardias hablando de las motos que llevaban. Al final, éstos decidieron dejarlo pasar por esta vez, y pudimos seguir camino como tantas veces nos ocurrió en Kazajstán y Uzbekistán.
 
 

 Pau nos cuenta sus hazañas
 
Conducir a la hora de la siesta puede ser duro, pero no tanto si tienes la emoción de haber comenzado un gran viaje. Yo además iba con los ojos muy abiertos, disfrutando del paisaje extremeño y atento al cruce sobre los grands ríos (el Guadiana y el Tajo), y además, pronto paramos por diversos motivos.
 
El primero fue despedirnos de Ati, que aunque había venido a Cádiz para participar en la salida, realmente haría la ruta unas semanas más tarde. Por lo que antes de llegar a la intersección con la autovía A-5, en Mérida, hicimos una parada rápida para intercambiar la últimas impresiones y desearnos suerte.
 
Más adelante, y gracias a que la autonomía de las motos es bastante inferior a la de los coches, volvimos a parar a merendar en Cañaveral (Cáceres). Sin duda, ésta es una circunstancia que han hecho el viaje menos monótono, parando cada dos horas aproximadamente a repostar, estirar las piernas, comer algo, charlar. Es diferente.
 
Nuestra intención inicial era llegar a Valladolid, pero a la altura de Arapiles (donde las famosas batallas tan decisivas de la Guerra de la Independencia), antes de llegar a Salamanca, volvimos a parar para repostar, y pensamos que sería mejor hacer un poco de turismo en la capital charra y descansar, que el día anterior había sido duro.
 
Es muy recomendable tener amigos por todas partes, porque si bien tenía apalabrado con uno de ellos (compañero de la EGB, Agustín Sánchez) que nos llevara a cenar por Valladolid esa noche, resultó que éste había tenido que viajar por motivos de trabajo. Pero en Salamanca nos esperaba otra amiga de Bolivia que llevaba unos meses estudiando allí (Ale Vlahovic) y a la que llamé para que nos recomendara dónde ir a cenar. Y tras encontrar un hotelillo en la misma entrada de la ciudad (Hotel Fénix, algo anticuado en comparación con los de las cadenas hoteleras, pero aceptable y con wifi), nos montamos los seis expedicionarios en mi coche y nos fuimos hacia el centro, donde nos encontramos con Ale. Ésta, aunque no fuera charra de toda la vida, llevaba ya el tiempo necesario en la ciudad como para llevarnos a un par de sitios donde tapear algo y celebrar el cumpleaños de Elena (Sambori), creo que era el Cervantes.
 
 Ale nos esperaba con la tarta para Elena
 
Si mamá, estoy comiendo bien, aún no hace frío...
 
 
Salamanca no era mal destino para el primer día de la RUTA DE LOS CABOS.
 
 

De vuelta al hotel, callejeamos un poco y nos dio por buscar al famoso astronauta





jueves, 7 de febrero de 2013

RUTA DE LOS CABOS 2012, DÍA 0: Valencia-Elche-Cádiz

Viernes 29 de junio de 2012



Amenazaba con ser el día más caluroso del año. Un incendio en el interior de la provincia de Valencia escupía sus cenizas sobre la ciudad, cubriendo el cielo con un filtro gris que restaba luminosidad a esa mañana de finales de junio. Pero eso no iba a restar emoción al comienzo de una nueva aventura en la carretera, a la búsqueda de nuevas fronteras en el camino.

Cuando comienzo un viaje siempre tengo en la cabeza una mezcla extraña entre la emoción alegre por el comienzo de unas vacaciones nada aburridas y la leve preocupación por la incertidumbre en el camino que inicio. En esta ocasión era un tanto distinto. Por un lado me enfrentaba a una conducción prácticamente en solitario hasta Estocolmo (aunque en convoy con el resto de compañeros de expedición) mientras que la sensación era de comenzar algo sencillo y fácil en comparación de la aventura casi épica del verano anterior hasta Mongolia. Me lo veía hecho, casi improvisado puesto que no había tenido la necesidad de realizar ningún tipo de trámite para cruzar fronteras, me iba con mi propio coche y lo que cabía en su maletero, sin más preparación que un par de visitas a tiendas de material deportivo y algo mínimo de mecánica para el coche. Incluso había olvidado el pasaporte a pesar de irme ocho países más allá y tener que atravesar un total de once fronteras entre ida y vuelta.

Así que nada grave tenía que pasar, sobretodo si el viaje comienza haciendo la ruta que más veces he hecho en mi vida: Valencia – Elche.

Sí, por exigencias del guion comenzaba un viaje al extremo norte del continente yéndome hacia el sur. Pero nunca se han de buscar excusas para ir a Cádiz, aunque sea por unas pocas horas.

Siempre tiendo a buscar señales en cualquier detalle de la vida diaria que me ayuden a pensar que algo va a salir bien o que algo que quiero que pase va a pasar;  esta vez no iba a ser menos. Al poco de salir de casa en Valencia coincidí con una ambulancia exactamente igual a la que el verano anterior condujimos hasta Mongolia, ¡el espíritu del Equipo Clavijo Plus Ultra me hacía un guiño!
Como esta otra vez que me encontré una igual camino del curro a Castellón.

Llegué a Elche a la hora de comer para despedirme de mi madre y recoger una camiseta, regalo del último viaje de mi hermano, y con la simbología de la Ruta 66, otros de los grandes viajes que hicimos cuatro años atrás, y a continuación comí con una amiga y con Pau, que como Clavijo se unía al arranque de esta historia, compartiendo el fin de semana con los Aventureros Solidarios. El vendría con su coche hasta Cádiz y nos acompañaría el día siguiente (sábado) para volver desde el punto en el que nos encontráramos de nuevo a Elche.

Murcia en verano tiene la fama se ser muy calurosa, y este día no iba a ser menos, sobre todo por el viento caliente y cargado de arena que llegaba desde el Sahara que elevaba la temperatura por encima de los 40ºC, justo lo que necesitaban los incendios del interior. El caso es que había tramos en los que no se veía más allá de un kilómetro debido a la tormenta de arena. Cualquiera diría que me iba de viaje al Círculo Polar Ártico.

El calor era tal que incluso afectó al rendimiento del motor de mi coche (Honda Civic 1.5i VTEC-E de 1995 con más de 200.000 km), y en cuanto el terreno comenzó a ser más abrupto a partir de Puerto Lumbreras, difícilmente me daba el óptimo de potencia, no dejando que entrara la alimentación por la válvula adicional que lleva en cada cilindro, y que comienza a funcionar cuando le piso y sube por encima de las 3.000 rpm. Hasta que no llegamos a la campiña sevillana y el atajo por carretera convencional en Utrera no se recuperó.

Lo bueno de viajar hacia el oeste es que le vas ganando minutos al sol poniente y, a pesar de encontrar tráfico en algunos tramos de la autopista Sevilla‑Cádiz, llegamos aún de día a la costa del Atlántico, lo que nos permitió contemplar la puesta de sol desde el puente de Carranza.
 

Sin duda el viaje comenzaba bien.

Del calor pasado en Murcia, Almería y Granada, al fresquito del poniente gaditano, donde nos esperaban los Mosquitos Manuel e Irene, Ati Kame House Team, que llegó a Cádiz justo al mismo tiempo que Pau y yo, y los Cadixplorer Javi y Ñete; además de las chicas de la ONG Granito de Arena, todos unidos tras haber participado en diversas ediciones del Rally Mongol.

Cádiz tiene muchas cosas buenas, una de ellas es que nada más llegar te estén esperando con las cervezas y las tortillas de camarones en un chiringuito de la playa. Desde luego, ¡el viaje continuaba mejor!

Tras varias cervezas en la playa, recuperándonos de las casi siete horas de conducción, terminamos el día compartiendo unas excelentes frituras de pescado en casa de Manuel, con toda la tropa junta, los que haríamos el viaje y los que se quisieran venir con nosotros, recordando anécdotas de las travesías ya hechas, y esperando a los Sambori Rafa y Elena, que salieron en moto al mediodía desde Valencia.

Esa primera noche, tras la cena, las risas y alguna copa en el bar de abajo, nos fuimos a la cama (o al suelo en saco-colchoneta en mi caso) con la brisa del Atlántico refrescando por la ventana y la expectativa de miles de kilómetros que disfrutar por delante.

Al día siguiente comenzaba la Ruta de los Cabos 2012.

martes, 5 de febrero de 2013

sábado, 2 de febrero de 2013

La visita a Santa Claus: Ruta de los Cabos 2012

Los Aventureros Solidarios también tenemos nuestro corazoncito de niño, y en la primera edición de la Ruta de los Cabos (julio de 2012), no dejamos escapar la oportunidad de visitar a Santa Claus  y sus duendes en los bosques de Rovaniemi (Finlandia), para pedirle que cada año seáis más los que colaboréis con nuestros proyectos.

La verdad es que aunque el que suscribe entró algo escéptico ante la mercantilización de los sueños infantiles, salió de allí con la sonrisa de un niño y emocionado tras el encuentro con el señor de rojo que vive allá arriba.

Aquí tenéis el vídeo que recoje esa visita de los equipos Sambori y Clavijo Plus Ultra a la Villa de Santa Claus:


miércoles, 30 de enero de 2013

Dos tardes en Tashanta


Además de ver a un pastor en moto guiando a su rebaño, pocas cosas más se pueden hacer en Tashanta.

La paciencia no es ni una virtud ni un defecto, simplemente una cualidad que las instituciones de todo el mundo te obligan a cultivar. Estoy acostumbrado a las esperas, es una de esas pegas que tiene la profesión de abogado, pero eso no le quita trascendencia a la desesperanza de 48 horas en el yermo paraje que la tierra te va ofreciendo a medidas que te aproximas a Mongolia, sobre todo cuando la desorganización ha sido la que te ha llevado a aquél lugar.

No obstante, lo bueno de no equivocarte tú sólo es que al final acabas rodeado de un montón de gente con la misma mirada que la tuya, y en consecuencia el aburrimiento se pasa acompañado.



He oído muchas veces que cuando nos juntamos unos cuantos europeos, siempre habrá alguien que saque un balón de fútbol, y así ocurrió, a la mínima: cuatro mochilas por postes y un balón. Al pateo gente de todas nacionalidades, también autóctonos. Es evidente que el fútbol es una de esas actividades que une a toda la humanidad, por eso me place tanto el noble arte de balompié, pero bueno, siendo justos siempre hay gente sin alma que detesta empujar un balón.

Puedo dar fe que a los cinco minutos de partidillo entendí el sufrimiento de jugar en La Paz, viniéndome a la cabeza aquella selección de Azkargorta. La altitud es realmente un fastidio grande y eso que me busqué una posición relativamente cómoda en el campo, correr es de cobardes, ya se sabe.

Finalizado el partido, antes de tiempo, la espera vuelve a convertirse tediosa, y los pacientes turistas se convierten en lagartijas conversadoras. El tiempo camina realmente despacio en un lugar donde el reloj importa poco, aunque los pastores vayan en moto.